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“Ni en conflicto ni en batalla, Diego muere en Teruel, a las puertas del cielo” sin el beso de Isabel “Ni en conflicto ni en batalla, Diego muere en Teruel, a las puertas del cielo” sin el beso de Isabel
La negativa de la dama a darle un beso hace sucumbir al guerrero. Bykofoto

“Ni en conflicto ni en batalla, Diego muere en Teruel, a las puertas del cielo” sin el beso de Isabel

Miles de personas asistieron al regreso del Marcilla en busca de su amada, recién casada con el señor de Azagra
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José Luis Rubio

Desplomado a las puertas de la casa del señor de Azagra, anoche murió Diego de Marcilla con el corazón herido, roto después de que Isabel de Segura, su añorada Isabel, le negara su beso. “Ni en conflicto ni en batalla, Diego muere en Teruel a las puertas del cielo”, acertó a decir el segundón de los Marcilla con su último aliento tras su regreso de la guerra, a la que marchó para reunir la dote con la que poder pretender a la de Segura.

La tragedia romántica de la pareja más famosa de Teruel volvió a reunir el sábado por la noche a miles de personas alrededor de los distintos escenarios repartidos por el Centro Histórico de la capital mudéjar. Un público tan incondicional como entregado que enmudeció cuando el corazón de Diego de Marcilla se rompió en mil pedazos. Y eso que desde la platea de la plaza del Torico se escucharon aplausos cuando el de Marcilla le pidió “un beso, solo un beso” a su amada. Pero cuando se apagó, no se escuchó nada.

Diego de Marcilla implora el beso que Isabel de Segura le prometió un lustro atrás. Bykofoto/Antonio García


Isabel (interpretada por Andrea Gálvez) y Diego (Sergio Caballero) repitieron el choque de sentimientos, emociones, reglas y deberes del que, de nuevo, ninguno salió victorioso.

El drama se desató desde el mismo momento en el que el caballero cruzó bajo el portal de Zaragoza, ahora Andaquilla. En esta ocasión lo hizo subido en un carro y acompañado de sus soldados más fieles, entre los que en esta ocasión se sumó Martín Alaja, que se incorpora desde este año a la representación.

Alaja es un soldado mozárabe, cristiano que vive en tierra musulmana, y llegó ataviado con un llamativo atuendo, coronado por un vistoso casco realizado para la ocasión. El personaje, que se estrena en esta ocasión en la trama amantista, está interpretado por Cecilio Olivares y acompaña al de Marcilla en su regreso a Teruel después de haber luchado junto a él en la batalla de las Navas de Tolosa.

Martín Alaja llegó a Teruel junto a otros dos compañeros poco antes de su capitán Marcilla y detrás de una amplia comitiva militar en la que participaron los almogávares, distintas ordenes templarias, los trebuchetarios y un nutrido número de vecinos de la villa
 

Diego llama a su amada, a las puertas de la casa de Azagra. Bykofoto/A. García


En su desfile, el cortejo militar desfilo a las puertas de un burdel, donde se reunieron los primeros amigos de Diego y el mismo de Marcilla poco después. “Por fin, mi señor”, suspiró su escudero Esteban (Manuel Farré). Allí se reencontraron con Alonso de Monmayor, un personaje que a pesar de no tener respaldo histórico, engarza a la perfección el detonante de la trama. Monmayor (Oriol Joanpere) vive del cuento, y en su cuento se habría hartado de relatar la muerte de Diego de Marcilla. Al saberlo, el de Marcilla y su auxiliar se enfrentan en una reyerta con el impostor de la que Diego sale herido y, después, detenido. “No sé qué es peor, que mintieras o que te vendas al de Azagra por un plato de lentejas”, espetó Diego de Marcilla a Monmayor.

Guiños a la precuela

Los guiños a la precuela de la historia, la Partida de Diego que se celebra en octubre, se suceden durante todo el fin de semana de las Bodas, y las escenas principales no iban a ser menos. En esta ocasión, son las premoniciones de Simonica, que se refirió al aviso que hizo a Diego antes de partir.

Las escenas se sucedieron saltando de un escenario a otro a un ritmo trepidante. Después del suceso del burdel, que se interpretó en la plaza del Seminario bajo la torre de San Martín, la ación se trasladó a la plaza de la Catedral. Allí, Marcilla se reunió con sus padres y hermanos, roto de dolor tras conocer la noticia del enlace de su amada con Pedro Martínez de Azagra. Ni los consejos de su padre ni los ruegos de su hermano pudieron aplacar el ansia de un beso de su amor que ha mantenido vivo al infanzón.
 

Diego se reencuentra con su familia, que le creía muerto. Bykofoto/Antonio García


“Acabo de conocer que fue la familia de Azagra la que corrió el bulo”, se lamentó Diego ante su familia sin saber que se había convertido, de repente, en una de las primeras víctimas de la desinformación y las fake news. Y el dolor y la indignación impidieron a infanzón escuchar los consejos de su padre cuando le propuso esperar a que fuera de día y acudir a casa del señor de Azagra para que su hijo viera a Isabel con la excusa de llevarle un regalo de bodas. “Tú no me has educado para ser humillado”, respondió airado a su padre manifestando su voluntad de acudir a casa del señor de Albarracín a cualquier precio. “No haré nada que manche nuestro apellido”, prometió justo antes de insistir en que “solo el beso que me adeuda quiero arrancarle a Isabel”.

Como en un salto de cámara, a la carrera, la acción se trasladó en un santiamén a la plaza del Torico, donde como cada año, Isabel había estado asomada al balcón de la Casa El Torico construida por Pablo Monguió en 1812.

Marcilla y sus acompañantes llegaron a las puertas de la casa de Azagra. Allí, Simonica, atribulada, insistió a Diego que desistiera porque “hay algo que no os imagináis y que no os he contado”, refiriéndose a sus presagios de cinco años atrás que fueron recogidos en la Partida, en otoño.

El amor no atiende a razones

Ni las súplicas ni las amenazas ni los argumentos ni la razón pudieron con el ímpetu enamorado, casi obsesivo, de Diego de Marcilla, que empezó a vociferar llamando a su amada.

Los alguaciles de la villa llevan preso al de Marcilla por una pelea en un burdel a su regreso a Teruel. Bykofoto/Antonio García


Tampoco frenaron a Esteban, el escudero, que aprovechó su amistad con alguna doncella de la casa para abrir la puerta a Diego y conversar con él en la primera planta, en un recurso nuevo que permitió aligerar el tempo dramático que el protagonista precisó para llegar a la segunda planta, donde se encontró con Isabel para reprocharle que no le esperara y suplicarle el beso cuya promesa le permitió con vida en la batalla. “¿De verdad sois vos? espetó Isabel, incapaz de contener la emoción ni de sofocar los sentimientos encontrados de amor y lealtad y del deber social.

“Si esta noche no consigo lo que busco, me da lo mismo morir que vivir estando muerto”, imploró a su amada Diego de Marcilla que insistía una y otra vez en que solo buscaba “un beso, solo un beso”. La pasión del enamorado provocó exclamaciones y aplausos entre el público que abarrotaba la plaza del Torico, aún sabiendo que el desenlace iba a resultar fatal.
 

Retiran en camilla el cadáver de Diego de Marcilla . Bykofoto/Antonio García


“Decidme que no es un sueño y que vuestra boda es una pesadilla”, imploró Diego a Isabel en el balcón. Pero no obtuvo su premio porque “también la mujer tiene honor”, explicó Isabel, que recordó entre sollozos que “romí nuestra promesa pero cumplí el juramento que le había hecho a mi padre”, refiriéndose a la noticia del fallecimiento de Diego que había llegado a la villa, alentada por Alonso de Monmayor, al servicio de los Azagra. “No tenéis derecho a pedir tal prenda”, dijo la dueña, que explicó que “somos leña seca y esta iba a ser la llama que nos quemara en esta vida o en la otra”.

Ninguno de los argumentos del de Marcilla sirvió para doblegar a su amada que, como pudo, se mantuvo serena en su papel de mujer casada. Y el corazón del guerrero dijo basta. Le flaquearon las piernas en el balcón del que bajó sin beso para besar el suelo cuando cayó muerto. Y allí, sobre su cadáver, su amigo Esteban repitió sus palabras. “Ni en conflicto ni en batalla, Diego muere en Teruel, a las puertas del cielo”.

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