Las altas autoridades del España se han prodigado poco por Teruel y su provincia. Nos referimos a los jefes de Estado y/o de Gobierno que apenas pasaron unas horas de viaje por tierras turolenses. Recientemente recordamos la presencia de Zapatero, Aznar, Pedro Sánchez, durante unas horas y generalmente en periodo electoral para captar los pocos votos que había en Teruel. Incluimos también entre los máximos mandatarios, al actual monarca que viajó a Albarracín recién casado en 2004 o el viaje de Franco que fue realmente una afrenta a la ciudad ya que después de haberla apadrinado y declararla mártir tras la Guerra Civil, tardó más de 14 años en visitarla, esto es, hasta 1953 el generalísimo no apareció por Teruel.
Echando la vista aún más atrás, recordamos también la anunciada y fallida visita de Manuel Azaña, ex presidente de Gobierno de la II República, en 1933 para participar en un mitin pero a última hora canceló el viaje; la presencia del dictador general Miguel Primo de Rivera en 1927, una de las más duraderas pues pasó por las Minas de Libros, Teruel y el Jiloca donde le cantaron unas jotas con ese aire viril y machote que tanto le agradaba e incluso, para concluir, citaremos una visita relámpago -nunca mejor dicho- de Alfonso XIII a Teruel que duró unas horas a principios de octubre de 1904 y cuya finalidad desconocemos. Se nos olvidaba la presencia del ínclito y veleta Fernando VII en el siglo XIX.
Pues bien, hoy haremos referencia al viaje que realizó a Teruel, coincidiendo con las fiestas de la Vaquilla, una infanta, una hija de reina, de nombre Isabel de Borbón, pero conocida popularmente como La Chata, de la que nos ocupamos en esta entrega porque, en la época en que vivió, fue la integrante de la saga borbónica más apreciada de todos los tiempos y, ante todo, la más popular entre los españoles, hecho este realmente inaudito.
Ella fue la hija primogénita de Isabel II, fruto del casamiento de la reina con Francisco de Asís y Borbón y, en principio, podría haber llegado a ostentar el trono de España si no hubiera nacido años más tarde su hermano varón que reinaría bajo el título de Alfonso XII a partir de 1874, fecha que se admite como el inicio de la llamada Restauración borbónica.
Su afición a rodearse de gente en la calle, su trato cercano y su saber estar, le granjearon simpatía entre la población española y más cuando aparecía en sus múltiples viajes por la geografía española con el traje regional. Esta popularidad hizo que en Madrid le dedicaran la calle Princesa y, sobre todo, cuando se proclamó la II República en abril de 1931 y la familia real de Alfonso XIII hubo de exiliarse, el Gobierno republicano provisional le permitió quedarse en España. Fue, pues, la única de la familia Borbón que pudo haber permanecido en territorio español pero ella, haciendo causa común con su sobrino Alfonso XIII, marchó al exilio donde moriría a los pocos días de haber llegado a Francia.
Pues bien, la cercanía al aliento popular, en este caso turolense, la pudo sentir cuando en el mes de julio de 1912, concretamente el sábado día 6 a las nueve de la noche/tarde, llegaba La Chata con su séquito a la ciudad de Teruel, siendo recibida, a decir de la prensa, por “multitud” de turolenses que se agolpaban “desde las afueras de la ciudad hasta el paseo del Óvalo”, mientras que el cabildo catedralicio -los representantes de la Iglesia no podían faltar- y las autoridades civiles se habían situado en la carretera de Zaragoza junto a la Beneficencia para esperar a la huésped real.
Al parecer La Chata, afirmando su personalidad, “declinó el honor de aceptar el alojamiento brindado por el Excmo. Ayuntamiento” y optó por hospedarse por su cuenta en el Hotel Central desde cuyo balcón se dirigió al “pueblo de Teruel” para agradecerle el magnífico recibimiento dispensado.
Las autoridades turolenses habían preparado un programa convencional e improvisado de actividades sin apenas boato como un Te deum en la catedral, recepción en las Casas Consistoriales, un lunch en la Diputación, una visita a los monumentos más importantes de la ciudad, una velada en el Círculo Turolense (Casino)... No faltó la visita a las momias de Los Amantes donde actuó como cicerone el superlativo deán Buj que debió de sentirse orgulloso como un gallo de verse acompañado de una infanta real.
Como acto curioso a reseñar, citaremos un encuentro “con un grupo de lindas muchachas del Arrabal que en nombre del barrio le dieron la bienvenida regalándole una hermosa canastilla de flores (...) La infanta quedó encantada de la hermosura y de la ingenuidad de las simpáticas rabaleras”.
Y no podían faltar los toros, y más en plenas Vaquillas. Parece que La Chata, como la mayoría de Borbones, era aficionada a las corridas de toros, así que el domingo por la tarde “se presentó en el palco de la Excma. Diputación” para asistir al correspondiente espectáculo taurino.
Después de asistir a un baile de gala que le obsequió el club/casino Nueva Peña donde bailó dos rigodones con el presidente Garzarán y con el alcalde, que no se creían estar bailando con una infanta de España, se retiró a sus aposentos donde “sufrió” la clásica rondalla con sus jotas infantiloides como esta: “Por venir a visitar/la infanta doña Isabel/ a estos pobres baturricos/ le da las gracias Teruel”.
No sabemos si el viaje real tuvo algún cometido concreto, pero al día siguiente, La Chata continuó su periplo viajero hacia Castellón.
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