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Perplejidad Perplejidad
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Juanjo Francisco

No estoy tratando de llamar la atención, estoy hablando de mi generación. The Who, los jú, que decíamos entonces lo tenía claro: déjate de monsergas que nosotros somos como somos y así pensamos y nos comportamos, que te zurzan.

Algo parecido siento desde hace un tiempo de mucha gente que viente detrás de mi en términos generacionales porque no me caben en la cabeza los dislates que acepta el personal y que yo, en mi plena lucidez mental, no trago. Desde hace muchos días me sorprendo a mí mismo caminando cabizbajo, sumido en la perorata de mis pensamientos, perplejo a más no poder con todo lo que estoy viviendo. Procuro que no me afecte la desazón y, a lo sumo, concluyo que a lo mejor soltarla aquí me permite desprenderme de ella. My Generation, que cantaban The Who, se topó con dogmas adquiridos en una niñez ciertamente rígida que se fueron desvaneciendo conforme experimentamos los aires de libertad social y de pensamiento; fuimos solidarios, buenistas, que se dice ahora, abrimos la mente y nos empapamos de los líderes políticos emergentes. Y elegimos camino en conciencia.

De entonces a ahora, la vida nos ha manchado convenientemente y hemos asistido a todo tipo de ejercicio circense en el ámbito social y político. Aún así, nada es comparable con lo que vivimos ahora, donde prometer una cosa y hacer la contraria es, simplemente, un cambio de opinión, donde el medio es puramente el mensaje y donde todo el mundo posee conocimientos de derecho constitucional y cuando trocear contratos públicos para evitar la libre concurrencia puede ser amnistíado; por no hablar de las relaciones sentimentales de un sacerdote, que por ser consentidas, no constituyen agravio alguno para el statu quo eclesial. Nada queda, todo se transforma, sí, pero que no intenten los que poseen altavoces para blanquear sus ideas geniales que comparta aquello en lo que ya no creo ni que tampoco admita una carcajada como jerga política.

Seguiré perplejo por los siglos de los siglos, me temo.

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