No pasa ni un solo año, desde hace muchos, en el que el inicio del curso escolar en la provincia de Teruel sea, por una vez, rutinario y algo costumbrista, si se le quiere poner algo de romanticismo al término. Pero, ni costumbrismo ni romanticismo aparecen en los septiembres y octubres de esta tierra.
Nunca falta alguna localidad en el que su escuela parece entonar su particular canto del cisne que es también una llamada de socorro. No hay suficientes niños para garantizar la vida lectiva del colegio y se producen anuncios y reclamos municipales ofreciendo trabajo a aquellos progenitores que tengan a bien instalarse en esa localidad, que ve cercano el cese de actividad docente en el colegio de siempre.
Aunque repetitivo, no es menos importante poner de manifiesto de nuevo el alto coste personal que empieza a tener el hecho de optar por vivir en esta provincia. Sanidad y Educación van de la mano a la hora de garantizar una existencia con ciertas coberturas esenciales y ninguna de los áreas son aquí el colmo de la perfección.
En la Sanidad no hay tu tía: o lo arregla la Administración o lo arregla la Administración; en Educación, sin embargo, igual la ciudadanía tiene que empezar a poner su granito de arena, leáse la renuncia a tener abiertas escuelas con tres niños en favor de centros de reagrupación comarcal o fórmulas parecidas. Y esto no se fundaría estrictamente en término economicistas, que tambien, sino en criterios académicos: las escuelas casi unicelulares no creo que sean precisamente un ejemplo de docencia de calidad.âÂÂ
Un estudio reciente de dos investigadores de Esade aconseja un rediseño del mapa escolar en el mundo rural. La pérdida de alumnado en una década alcanza el millón de individuos y las proyecciones estadísticas aventuran el mantenimiento de tendencia. Con esta perspectiva, la conclusión de ese estudio es rotunda: o se plantea ahora el cierre ordenado de centros precarios en alumnado o habrá que cerrarlos de mala manera en 10 años.
