Ya sabemos quién ha ganado las elecciones, y ahora qué. Qué hacemos con las horas de tertulias políticas haciendo pronósticos sobre lo que iba a pasar en ese futuro tan remoto que llegaría en dos meses y con los cientos de páginas que publicaban encuestas respondiendo a enigmáticas cuestiones que iban a resolverse sesenta días después.
En el mejor y más infrecuente de los casos, unos pocos reconocen que se han equivocado y el resto sacan pecho de sus pronósticos independientemente de que se hayan cumplido o no. Obviemos las respuestas, que hoy sí, conocemos con absoluta certeza y centrémonos en las preguntas. ¿Quién las hace? ¿Cuántos de los más de 47 millones de españoles han dedicado la mayor parte de sus últimas 1.300 horas de vida a adivinar lo que pasaría el día 23 de julio? Mafalda ve dos hombres abriendo zanjas en la calle. Intrigada les pregunta: “¿Buscando las raíces del problema nacional?”. Uno de ellos, le responde: “No, nena, es un escape de gas”. Ella se retira de la escena, pensando: “Como siempre, lo urgente no deja tiempo para lo importante”.
En un mundo en el que nos empujan a pensar que lo urgente y lo importante son lo mismo, podemos llegar a creer que necesitamos imperiosamente la información que solo unos pocos pueden proporcionarnos. No digo que tengamos que estar constantemente intentando resolver el problema nacional (a menudo, frivolizar es imprescindible para sonreír) ni siquiera que nos tenga que importar más que ninguna otra cosa, pero deberíamos desconfiar de quienes se entregan en cuerpo y alma a respondernos preguntas que no hemos hecho. La sabiduría solo se consigue dejando reposar el conocimiento y al contrario que los yogures, no caduca; es más, el tiempo que la hizo posible, la enriquece.
Seamos bien pensados y no veamos maldad en la urgencia que ha infectado nuestra vida como lo hizo el coronavirus; los virus no tienen conciencia. Eso sí, que no nos convenzan de que lo importante era saber el 1 de junio quién iba a ganar las elecciones. Era solo lo urgente…para algunos.