A veces el tiempo se detiene, ralentiza tanto su marcha, baja tanto su velocidad, que te empuja, sin tocarte, a una sala de espera. Y una vez sentado en el sofá, obligado a aguardar un resultado que no depende de ti, o te enredas en Instagram o puedes aprovechar para mirar tu vida mientras pasa delante de ti como un documental.
Aún sin movernos de la estancia, podemos seguir saltando entre webs y redes sociales para evitar recuerdos y proyecciones de lo que hemos sido o pretendemos ser. En esta sociedad que cultiva la impaciencia, el ritmo frenético y el estrés, y en la que tan a menudo nos dejamos llevar sin plantearnos las consecuencias, probablemente nuestra primera reacción sea maldecir lo que nos obligó a bajarnos de la montaña rusa en la que alguien sin rostro y sin preguntarnos, pisa el acelerador. Solo hay que esperar un poco más, mantener la templanza si ya apareció o esforzarse en cultivarla porque en una sala de espera es fundamental.
Si elegimos mirarnos al espejo (spoiler: esa es la elección correcta) aparecerán la enfermedad y el amor, los conflictos y los triunfos, los buenos ratos y las noches de insomnio. La vida no es justa, no es como nos gustaría. ¿Pedimos demasiado? Seguramente, no, pero eso no cambia la realidad.
La espera se entiende como el tiempo del aburrimiento, la desidia, la impaciencia, el pozo al que se arroja el tiempo que no sabemos aprovechar, pero créanme si les digo que puede convertirse en la antesala del aprendizaje, incluso sin pretenderlo. Probablemente no estarán preparados, dense permiso para dudar y sigan adelante.
Les invito a que lo comprueben: siéntense en una sala de espera, la de un hospital es especialmente conveniente, cierren los ojos y constaten lo que su paciencia da de sí. Entenderán cómo llegaron hasta allí, qué sentido tiene lo que hicieron o dejaron de hacer y (esto es especialmente importante) hacia dónde quieren ir. Si alguien les acompaña, respeten su silencio y agradezcan sus sonrisas, y piensen que seguramente se está mirando en su propio espejo también.
Aún sin movernos de la estancia, podemos seguir saltando entre webs y redes sociales para evitar recuerdos y proyecciones de lo que hemos sido o pretendemos ser. En esta sociedad que cultiva la impaciencia, el ritmo frenético y el estrés, y en la que tan a menudo nos dejamos llevar sin plantearnos las consecuencias, probablemente nuestra primera reacción sea maldecir lo que nos obligó a bajarnos de la montaña rusa en la que alguien sin rostro y sin preguntarnos, pisa el acelerador. Solo hay que esperar un poco más, mantener la templanza si ya apareció o esforzarse en cultivarla porque en una sala de espera es fundamental.
Si elegimos mirarnos al espejo (spoiler: esa es la elección correcta) aparecerán la enfermedad y el amor, los conflictos y los triunfos, los buenos ratos y las noches de insomnio. La vida no es justa, no es como nos gustaría. ¿Pedimos demasiado? Seguramente, no, pero eso no cambia la realidad.
La espera se entiende como el tiempo del aburrimiento, la desidia, la impaciencia, el pozo al que se arroja el tiempo que no sabemos aprovechar, pero créanme si les digo que puede convertirse en la antesala del aprendizaje, incluso sin pretenderlo. Probablemente no estarán preparados, dense permiso para dudar y sigan adelante.
Les invito a que lo comprueben: siéntense en una sala de espera, la de un hospital es especialmente conveniente, cierren los ojos y constaten lo que su paciencia da de sí. Entenderán cómo llegaron hasta allí, qué sentido tiene lo que hicieron o dejaron de hacer y (esto es especialmente importante) hacia dónde quieren ir. Si alguien les acompaña, respeten su silencio y agradezcan sus sonrisas, y piensen que seguramente se está mirando en su propio espejo también.