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Torres da un salto al siglo pasado para saborearlo y recordar cómo se vivía entonces Torres da un salto al siglo pasado para saborearlo y recordar cómo se vivía entonces
Vicente Aguirre, mostrando cómo se colocaban sobre el mulo las cajas de madera que utilizaban para transportar las manzanas hasta la cooperativa

Torres da un salto al siglo pasado para saborearlo y recordar cómo se vivía entonces

Una exhibición muestra las técnicas para cargar las caballerías, que eran el transporte habitual
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Cruz Aguilar

Los vecinos de Torres de Albarracín cambiaron este sábado de siglo para recordar cómo vivieron sus padres y abuelos. Desde los sabores, con la conserva del cerdo como plato estrella, hasta los trabajos, cargando las caballerías como se hacía antaño, todo tuvo cabida en una jornada en la que desde el presente sacaron pecho de un pasado no tan lejano. Fue durante la celebración del I Día del Orgullo Rural, que se desarrolla el 16 de noviembre con diferentes actos en toda la provincia de Teruel y que en Torres festejaron este sábado.

La mañana comenzó cogiendo fuerzas echando el frito, que es la manera en la que los serranos llaman a freír el lomo, la costilla y la longaniza elaborados en el matacerdo. Por si a alguien el plato se le quedaba vacío, le añadieron un par de huevos fritos con el fin de que todo el mundo aguantara una intensa jornada donde desde el presente hicieron un hueco al pasado para honrarlo. En el almuerzo tomaron parte en torno a 60 personas mientras que para la comida, un guiso de patatas, costilla y rebollones, había 80 personas.

Josefina Martínez, que es la concejala de Fiestas de Torres de Albarracín y una de las impulsoras de la jornada que vivieron este sábado, indicó que tenían claro que querían celebrar el Día del Orgullo Rural de forma diferente porque, aseguró, “es verdad que los pueblos necesitamos mucho apoyo de las instituciones, pero no es cierto que seamos lugares tristes y solitarios como nos ven a los de la España vaciada. Yo estoy muy orgullosa de mi pueblo, tiras y todos acuden, como se puede ver en este I Día del Orgullo Rural”, señaló. Martínez alabó la gran colaboración por parte de los vecinos, que se volcaron tanto con la participación como con el préstamo de los objetos antiguos con los que se montó la exposición en el pabellón deportivo.

Longaniza frita durante el almuerzo de este sábado en Torres de Albarracín


La responsable de la organización señaló que es “una forma de revivir el pasado, de volver a hace cien años”, y destacó la importancia de “recuperar muchas de las tradiciones y costumbres porque nuestros orígenes vienen de allí”. Por eso, planteó, arrancaron el día con la fiesta de la conserva, “que era comparable en los pueblos a la del matacerdo”, argumentó.

Roberto Belda es otro de los impulsores de la fiesta junto a Josefina Martínez y este sábado estaba contento de la respuesta, puesto que se había implicado la mayor parte de los vecinos de Torres de Albarracín y también algunos desplazados desde los pueblos de la zona. Belda tenía claro que hay que darle continuidad y mantenerla en una fecha en torno al 16 de noviembre, Día del Orgullo Rural, aunque no descartó buscar otro fin de semana.

En cuanto a la temática, planteó que cada año podrían darle un aire diferente a las demostraciones y, mientras que este sábado se hicieron exhibiciones de carga de caballerías con diferentes aparejos en función de los productos que había que transportar, al año que viene podría celebrarse un matacerdo con la elaboración de los embutidos de la forma que se hacía tradicionalmente en las casas.”Es cuestión de darle una orientación hacia la cultura más específica de los pueblos”, dijo el responsable de la actividad.

Durante la mañana, la dulzaina y el tambor animó a ratos la hora del vermú y por la tarde no faltó el guiñote y la morra, un juego tradicional del que Torres de Albarracín es cuna de grandes campeones. Además, hubo un taller para enseñar a los niños pequeños y crear con ello cantera para seguir estando en lo más alto del podio provincial.

Todas las actividades se desarrollaron en la zona de las naves municipales y allí se montó un pequeño corral con corderos, conejos, gallinas y un poni donde los niños tuvieron la oportunidad de darles de comer y recoger con sus manos -los más pequeños incluso comprobar su fragilidad- los huevos recién puestos.

Niños y mayores aprendieron también cómo se cargan las caballerías y los diferentes elementos que tenían los agricultores para poder transportar la carga. El más versátil era sin duda y, como explicó Roberto Belda, el serón, que igual servía para llevar el ciemo desde la cuadra al huerto que para transportar la leña o incluso a los pequeños de la casa si el camino a recorrer hasta el campo era largo.
 

Una niña, recogiendo un huevo del gallinero

Mundo rural en el siglo XX

Vicente Aguirre, Sergio Delgado, Lola Marconell y Maruja Pérez dieron este sábado una bofetada de realidad a sus vecinos recordando cómo era la vida en Torres de Albarracín a mediados del siglo pasado. Los jornales eran tan bajos que no daban ni para tomar algo en el bar cuando paraban del tajo y, si alguien en la tienda compraba “una perra gorda de azúcar’ le preguntaban que a quién tenía enfermo, porque era un lujo que sólo se podían permitir en caso de debilidad por enfermedad.

“Todos esos pinos donde ahora cogemos tantos hongos los pusimos cuando yo tenía 17 años y me pagaban 16 pesetas, diez céntimos de euro”, relató Vicente Aguirre, nacido en el año 1937 en Torres de Albarracín. “Si los jóvenes de ahora se quejan de que ganaban poco, a mí por 8 horas me daban 10 céntimos”, especificó.

Vicente Aguirre, como el resto de los ancianos que se sentaron en la mesa redonda, vivieron “un desastre de vida”, como él mismo definió, “sin ni siquiera caminos para ir hasta el campo a por las manzanas, sólo teníamos buena voluntad y ganas de trabajar, que es algo que no nos ha faltado nunca, y hemos salido adelante”, detalló orgulloso.

Su mujer, Joaquina Alonso, fabricaba quesos caseros y bajaba hasta Albarracín a pie para vendérselos a los frailes, quienes también les compraban huevos. A cambio de toda esa mercancía les daban “un puñadico de azúcar”, relató Aguirre, quien matizó que durante buena parte del siglo pasado la economía rural era de subsistencia y el trueque estaba a la orden del día.
 

Maruja Pérez (Izq.), Dolores Marconell, Sergio Delgado y _Vicente Aguirre, este sábado


Maruja Pérez nació en el año 1936 y en 1966 fue la primera mujer de la Sierra de Albarracín en tener carné de conducir. “Me lo saqué porque mi padre iba por los pueblos con el carro vendiendo hilos y ropa y estaba casi la semana para dar toda la vuelta”, explicó. Ella era hija única y, aunque la daba miedo, al final se animó porque le dijeron que en Teruel había una panadera que lo tenía. “La primera furgoneta que compramos costó 65.000 pesetas y era matrícula TE-9501”, expuso. Se animó porque la vida de su padre era la venta ambulante y estuvo durante 50 años junto a él vendiendo, en burro o a motor, por toda la sierra. Su padre siempre había sido comerciante e incluso, después de la guerra, recorría la sierra a pie y con una maleta sobre el hombro. Ella fue una de las personas mayores que contaron la forma de vida del pasado en un debate que se abrió este sábado por la mañana en Torres de Albarracín, donde se puso en valor las comodidades que hay actualmente.

En la mesa también estaba Sergio Delgado, nacido en 1941 y cuya familia regentó la tienda de Torres de Albarracín durante 110 años, exactamente hasta que hace once, ya en el siglo XXI, la cerró su mujer, Dora Giménez, porque se jubiló. Allí vendían de todo, desde abarcas hasta sardinas de cubo o serones confeccionados en Libros. El dueño de la tienda de Torres iba a Teruel una vez a la semana a por la mercancía y tardaba casi dos días en traerla.

Entre las efemérides que este sábado salieron a colación en Torres está el primer día que hubo luz eléctrica, que fue el 15 de agosto de 1929, mientras que el 17 de septiembre del año 65 del pasado siglo se vio por primera vez la televisión. “El alcantarillado llegó en el año 60”, recordó Dolores Marconell, que también participó en el debate y puso el acento en la dura vida de la mujer, que estaba las mismas horas en el campo que su marido y luego en casa no descansaba como él porque “tenía que preparar el arreglo para volver al campo al día siguiente”, especificó.

Potencia en manzanas

Torres de Albarracín fue el siglo pasado toda una potencia en manzanas reineta. Una docena de agricultores decidió cultivarlas tras la guerra y hubo algún año que se llegaron a pesar 685.000 kilos en la Cooperativa San Miguel, que abrió en el año 1965 para sacarle un mayor beneficio a la producción. En ella trabajaban entre 10 y 14 mujeres y las clasificaban entre las que estaban perfectas y las que tenían algún defecto y, de cada clase, diferenciaban entre cuatro tamaños.

Frenar el estrés

Torres de Albarracín es la cuna de los grandes jugadores de morra de la provincia y por eso en el Día del Orgullo Rural dedicaron unas horas a hacer cantera. Uno de los maestros de la morra que enseñó a jugar a los niños fue José María Ruiz, que a sus 69 años lleva 60 con la morra, que él define como “una pasión”. “¿Qué cómo se juega? pues es muy fácil, ¿tú sabes sumar?”, dice, para añadir que a los cinco dedos de tu mano hay que sumar los cinco de los del contrario e intentar adivinar cuántos va a sacar el rival. “Sabiendo sumar, lo demás es trategias de juego. Mentalmente tienes que ir controlando que números son los que más repite el contrario, cómo actúa y cuál es su situación, porque la morra es psicología”, asegura.

José María Ruiz asegura que la morra da agilidad mental a sus jugadores y para muchos niños de su época fue la manera de aprender cálculo mental. Pero la morra no sólo sirve para mantener activo el cerebro, el hecho de gritar a la hora de cantar los números es desestresante. “Normalmente se jugaba cuando la gente venía del campo, cansada, echaban la morra en el bar y sacaban lo malo. Acabas de jugar y te quedas muy bien”, dice Ruiz, quien plantea que “sería aconsejable que los psicólogos y psiquiatras la recomendaran.

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