He tenido un sueño. Los representantes de los dos grandes partidos de este país se sentaban como personas civilizadas, negociaban sobre las grandes cuestiones que marcarán el futuro de España y llegaban a un acuerdo de Estado en el que se sentaban unas bases de gobernabilidad sólidas. Por supuesto, me he despertado y he visto que era mentira. Mentira, la gran palabra de los últimos tiempos. Antes, cuando un político tildaba a otro de mentiroso, ardía Troya. Ahora es la palabra más amable que se dirigen cuando se encuentran cara a cara.
Fui de los españoles que se quedó la noche del domingo hasta que cerró el debate postelectoral de La 1, el último en echar la persiana en una larga noche de zapeo. Una noche en la que los ganadores lloraban por las esquinas y los perdedores votaban entre vítores y pachanga. ¿El mundo al revés? No: a veces ser el primero no es sinónimo de ganar. Sobre todo cuando ya te veías vendiendo la piel del oso.
Pero en esa cacería el PP erró el tiro: contribuyó a acentuar el miedo hacia la extrema derecha de forma que los indecisos y los más perezosos salieron corriendo a votar para evitar la amenazante reedición anacrónica y casi distópica del franquismo. Y así fue como, en vez de matar al pobre oso, el PP se pegó un tiro en el pie. ¿Me parece fatal? No. Las urnas están ahí para que el pueblo hable y esta es la decisión del pueblo. Pero sí me preocupan las concesiones de negociaciones simultáneas, paralelas y difícilmente convergentes. ¿Qué habrá que dar a cada uno de los partidos que han de apoyar la investidura cuando algunos de ellos tienen planteamientos antagonistas entre sí? El propio Pedro Sánchez, el resiliente que, como decíamos a finales de mayo, ha sabido gestionar como nadie la debacle, decía hace tiempo que no se podía sorber y soplar a la vez. A ver cómo consigue contentar a unos y otros para obtener los apoyos necesarios. Temo que mi temor no sea infundado.
¿Un consejo, presidente? Si el precio es demasiado alto, convoque de nuevo elecciones. No será la primera vez que votemos con los turrones y tal vez en algún momento sean capaces de materializar mi sueño. Y el de millones de españoles.