Hay gente taimada, siniestra, mezquina o, simplemente, mala, a la que se le ve venir en el primer minuto. Una mínima interacción, una mirada, un cruce de palabras y ya sabes que ahí no es. Ni amor ni amistad ni negocios. Mejor salir de puntillas y minimizar al máximo la posibilidad de daños. Siempre que se pueda evitar, claro. Que a veces no queda otra que convivir con ellos.
Que todos tenemos un lado oscuro es innegable. En las escalas de blancos y negros o grises, como prefieran, nadie es absolutamente inmaculado o ladino. Sin embargo, la mayoría nos esforzamos por mostrar los matices más claros de nuestra personalidad, dejando en nuestras catacumbas lo más oscuro. E intentando no tener que sacarlo de las sombras.
Pueden ser oscuridades que denotan inocencia (sí, hay buena gente), pero hay otras que pueden adquirir formas tortuosas, monstruosas, difíciles de sobrellevar incluso (o sobre todo) para el que las esconde, haciéndole muy compleja la convivencia consigo mismo y un ser insoportable o poco recomendable para mantener una relación.
¿Hay acaso algo más complejo que las relaciones?
Hace unos meses me contaba mi amiga que, tras varios tropiezos y malas experiencias, había encontrado a tipo normal. Defino normal: atento, simpático, divertido, sin dobleces… Vaya, con el que se podía charlar y evolucionar en una relación sin esperar más sobresaltos que los que produce la interrelación humana.
No era un mal comienzo teniendo en cuenta los precedentes.
Risas, cenas, encuentros con amigos, intimidad, risas y ese cosquilleo revitalizante que algunos denominan enamoramiento. Todo bien.
Sin embargo, de la forma más inopinada, cuando todo parecía ir en el camino de la consolidación, un mal día se abrió la caja de los truenos. Y vieron lo que cada uno escondía. Fue algo así como destapar el retrato de Dorian Gray. Primera gran prueba para pasar pantalla: ¿seguir después de ver las profundidades más desagradables o constatar que no merece la pena?
No les voy a contar el final (de hecho, puede que aún se esté escribiendo, que la película no se acaba hasta que no se encienden las luces). Pero seguro que han recordado alguno de esos momentos en los que, tras descubrir lo que el otro esconde, decidieron poner tierra de por medio. O pelearlo porque merecía la pena.