A veces, lo imposible se hace posible. Desde una relación inesperada hasta un examen que creíamos insuperable, pasando por un despido impronosticable o una pandemia mundial, la vida te sorprende. La materialización de lo imposible acaba siendo el paso de uno a otro estado de percepción del entorno al abrirse un nuevo espectro de posibilidades que antes no entraban en nuestro campo de visión. Así visto, amplía nuestra estrechez de miras.
Hace tiempo que los políticos y activistas implicados en el ‘procés’ pasaron a disposición judicial. Fueron procesados, juzgados y condenados con penas de entre 9 y 13 años por delitos encuadrados en el tipo penal de la sedición. Bueno, y malversación.
Hace veinte años, pasado el quiebro de Tejero y en pleno vigor democrático (corrupción aparte, que tampoco somos santos), no se nos hubiera pasado por la cabeza que nadie pudiera incurrir en este delito que rememora tiempos y circunstancias pretéritos: ¿no les suena viejuno? Pero sí, los que desafiaron la integridad del Estado, se libraron de ser condenados por el delito de rebelión (ciertamente, palabras románticas en stricto sensu: sedición y rebelión) por no mediar suficiente violencia en sus acciones, pero no se libraron de las condenas (y su consiguiente elevación a la categoría de mártires de la causa independentista).
En octubre de 2019, Pedro Sánchez garantizó “el absoluto cumplimento” de la decisión judicial y calificó, prácticamente, como ‘imposible’ la concesión de indultos. Llega aquí el punto de apelar a la maldita hemeroteca (el sistema descrito por Orwell en 1984 para modificar el pasado todavía no está perfeccionado, afortunadamente, y la mantenemos junto con la memoria). Porque, ahora sí, el indulto ha pasado de ser imposible a convertirse en un futurible a muy corto plazo.
He leído y escuchado bastante estos días. Sobre que es una medida de gracia y no de justicia (no hay interferencia entre poderes Ejecutivo y Judicial, entonces). Y también que puede ser la medida necesaria para retomar el diálogo que permita solucionar el problema catalán. Oídos unos y otros, solo cabe pensar en la intencionalidad final de las partes. Y ver hasta qué punto es negociación y dónde empieza el chantaje o el propio interés. Y ver cómo explican que lo “imposible” pase ahora a precipitarse “lo antes posible”. No pedimos lo imposible: solo honestidad y buenas intenciones. Ya veremos cuál es el precio.