Atardece tan pronto que ni siquiera el bochorno puede tapar lo que ya es una realidad: el verano se acaba. O empieza el nuevo curso, estación, etapa... Lo que más les disguste, porque los comienzos de curso tienen un punto más de tristeza que los de año, cuando uno se marca el objetivo de la primavera en lugar de ver las vacaciones por el retrovisor.
También hay quien se ilusiona con lo de siempre: desde el coleccionable de teteras en miniatura hasta los proyectos de renovación laboral, todo vale para encarar, una vez más, el otoño.
De acuerdo, ni siempre es tan triste el otoño ni los veranos son tan maravillosos (más cuando hasta los “caloristas” hemos acabado hasta el pirri con el tsunami de temperaturas), pero si no nos queda ni este lamentable quejido para encarar los primeros días de septiembre, ¿a qué nos aferramos cuando todo ha cambiado?
No me imagino los telediarios sin Ana Blanco, descubrir que Gorbachov aún estaba vivo al constatar que ya no lo está, escuchar a Macron anunciar el fin de la opulencia de Occidente (léase enchufar aire acondicionado o calefacción al gusto y de ahí para bajo ir acercándonos a problemas que creíamos lejos de este egoísta primer mundo)… Sí hay en el aire una sensación que por mucho que nos hayamos hecho todos los propósitos de nuevo comienzo igual que cada año ya nada es igual. “Fin de ciclo” lo llaman.
Desde la crisis económica que se atisbaba en 2007 apenas hemos tenido un respiro. Las crisis de diferente tipo y condición se han sucedido, pillándonos siempre con la sensación de no estar listos para hacerles frente con solvencia.
Pero, ojalá me equivoque, aquí, ahora, parece que el eterno retorno apuesta por la innovación y adquiere nuevas formas que nos van a hacer ganar en inseguridad al cerciorarnos de que nada es inmutable y que todo es susceptible de cambio (iba a poner empeorar, pero no he querido venirme tan abajo).
Como siempre, intentemos poner al mal tiempo (frío, calor, recesión… al gusto) mala cara y aprovechemos las crisis para extraer oportunidades. Y si esta frase de manual de autoayuda no les sirve, no se preocupen: siempre nos queda tirar para adelante. Y que sea lo que Dios quiera.