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El bar El bar
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Raquel Fuertes

Los que hemos vivido los veranos de la infancia en el pueblo lo tenemos tatuado: el bar es el punto de encuentro para todas las edades (aunque, sin ánimo de entrar en polémica, lo cierto es que pocas señoras se animaban hasta hace dos telediarios a ir a echar el cortado o la caña con la misma naturalidad que los señores, pero eso es otra columna).

Eliminando las connotaciones etílicas, si en las ciudades el bar sirve de punto de reunión, desconexión y hasta de sala de reuniones (cuántas veces con uno mismo…), en el pueblo es mucho más. Cuántas soledades se apaciguan en esos raticos de barra, cómo sirve para detectar que algo no va bien cuando Fulano no acude a la cita diaria y cómo funciona para captar algo de dinero y atención de forasteros de paso que, quién sabe, tal vez se conviertan en fieles visitantes o vecinos.

Efectivamente, el bar, como la tienda, la panadería… desempeña un papel vertebrador en la España rural que tendemos a menospreciar hasta que nos falta. Cuando cierra el bar suele hacer ya tiempo que no hay escuela y es la última bocanada de vida municipal antes de pasar a estado de coma. No es baladí, no es capricho. Sin un punto de socialización, sin un lugar de acogida al visitante, sin un puesto donde los críos puedan comprar sus chuches, el pueblo queda visto para sentencia.

Esta semana me comentan que vuelve a cerrar el bar de El Castellar, pronto dejarán también la encomienda los actuales inquilinos del de Miravete de la Sierra. ¿Dónde irán a almorzar o comer quienes hagan la ruta de dinosaurios? ¿Cómo conseguirán en Miravete atraer (una vez conseguida la digitalización) a profesionales para teletrabajar desde ese pequeño paraíso? ¿Dónde se juntarán sus escasos vecinos?

Muchas veces se plantea la despoblación desde sesudos debates técnicos (ojo, necesarios), pero a veces se olvida que la gente de los pueblos necesita los servicios en los que todos pensamos (opciones de trabajo, médico, escuela, tienda, fibra, buena carretera…), pero también esa socialización que nos da la vida, esas relaciones humanas de calidad que favorecerán un arraigo más duradero que el 5G. Y, ahí, el bar es el comienzo.

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