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Raquel Fuertes

Algunas personas tenemos una creatividad y una imaginación desbordantes. Nuestra cabeza está en permanente ebullición. Pero llega la hora de la verdad y nuestras aptitudes psicomotrices son tan pobres que es imposible dar forma a esas ideaciones que en nuestra cabeza eran tan magníficas en ninguna forma artística corpórea.

Por eso, para muchos, la palabra es el refugio y el recurso que permite trasladar ese imaginario al mundo real. Hablar, escribir. Comunicar. Es tan necesaria que hemos inventado herramientas a lo largo de los siglos para reproducirla multiplicada, para mecanizar sus trazos de forma que una mala letra no implique que dejen de entendernos. La articulación de la palabra y su capacidad de transmitirse por escrito es la herramienta que el pensamiento utiliza para la puesta en común con los otros. Lo que nos hace, en definitiva, humanos.

Las palabras pueden servir para crear belleza, para decir que en estos días vivimos la distancia más corta entre el verano y el invierno. Pueden herir como puñales o envenenar como ponzoña. Pueden ser el bálsamo que nos saque del abismo o el ungüento que nos libre del dolor. Pueden marcar la línea entre la alegría y la desesperación.

Son, en definitiva, el vehículo que utilizamos para forjar nuestra alma, expresar nuestro sentimientos e ideas. Para ser quienes somos. En nuestros silencios y en nuestros discursos. ¿Podríamos ser sin la palabra?

Pocas cosas hay más desesperantes que viajar y ver cómo las barreras idiomáticas no te permiten expresar lo que sientes, necesitas o deseas. O que puedes hacerlo muy torpemente porque los ladrillos de la lengua ajena no encajan en la estructura de nuestra sintaxis mental.

Esa magia de hacer saber al otro, contar, relatar, debatir, dialogar, confrontar, acordar o, simplemente, disfrutar charlando ha perdido todo el valor frente a los tira y afloja y los mercadeos de nuestros representantes electos.

Qué lástima que, entre la maravillosa diversidad lingüística y cultural de nuestro país, se elija el lugar de debate, entendimiento y búsqueda de consenso, las Cortes, para exponer la lengua como diferencia. La palabra para separar en lugar de unir y aprovechar que, repito, entre la diversidad, todos contamos con el español como lengua vehicular. La lengua como barrera para la comunicación, una paradoja que pone al descubierto una pobre integridad intelectual y social como nación de naciones.

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