Se acaba agosto. Empieza el año, el curso o la nueva página. Si no quieren ponerse tan trascendentes, concédanme, al menos, que empieza el mes.
Septiembre se lleva el verano, trae el otoño, la vuelta a la rutina, la normalidad y, este año, viene con DANA. Depresión aislada en niveles altos. Antes lo llamábamos gota fría y nos quedábamos tan anchos. Ahora, cuando todos llevamos dentro también un meteorólogo (además de un entrenador de fútbol y un epidemiólogo) se cuelan entre nosotros los tecnicismos con los que intentamos explicar que, resumiendo, nos vamos al carajo.
Así que sí, lo de depresión aislada puede que se nos quede corto para describir la sensación que nos embarga al enfrentarnos a todo junto.
Lo cierto es que el otoño no está tan mal y con los tsunamis de calor sucesivos padecidos hasta se agradecerán algo de fresco y agua (en cantidad justa, no nos pasemos). Y que la rutina tiene su lado delicioso y confortable. Y que hay mucho de paz en volver a casa y a lo conocido. Bendita y nunca suficientemente valorada serenidad.
Y así, sin más, mientras la climatología y la cotidianeidad nos mecen como hoja en árbol caducifolio, en nuestro entorno político y mediático nos dejamos arrastrar por corrientes fatuas, movidas por sucesos que debimos atajar y resolver hace días o semanas, en lugar de preocuparnos y poner en los grandes titulares los acuerdos y decisiones que gestarán nuestro futuro como país.
Diseccionamos si la madre de Daniel Sancho se puede tomar una cerveza en Tailandia entre visita y visita a su hijo en la cárcel o si es peor que Rubiales dé un pico o se toque los genitales al lado de la infanta y nos olvidamos de ver el asesinato del primero y que el segundo quizás jamás tuvo capacidad para representar al fútbol de nuestro país. Mientras, en el segundo plano, se gestan negociaciones de Gobierno fallidas o con hipotecas a las que no seremos capaces de hacer frente. Lo realmente importante nos pasa desapercibido entre distracciones que deberían estar en otras páginas de nuestra prensa, sin monopolizar portadas y debates. Mientras, en el mundo real, los jóvenes españoles no pueden emanciparse hasta pasados los 30. Pero eso ya es otra columna. Puede que la depresión no esté sólo en niveles altos.