A medida que nos vamos haciendo mayores (y más si nos acompaña un temperamento testarudo y con tendencia a las sentencias desde que guardamos memoria) nos hacemos más intransigentes. Cierto es que nuestra capacidad para la tolerancia se amplía en cuestiones de la esfera personal, pero la inflexibilidad en temas profesionales se acrecienta al mismo ritmo que perdemos flexibilidad en nuestras articulaciones. Quién sabe si hay una relación directa y toda la culpa es del colágeno…
Bromas aparte, cada vez es más fácil ver cómo las personas que tienen posición/oportunidad de mando tienden a exigir (a fin de cuentas, se les paga en parte por ello), pero, a la vez, a no dejar hacer. Un intervenir más allá de lo que es natural, productivo, eficiente y sano en las tareas ajenas hasta el punto de no permitir ni el desarrollo profesional de los colaboradores ni la progresión del negocio.
Desde un punto de vista egoísta, se lo deberían plantear por mera supervivencia: “si sigo metiendo la cuchara en plato ajeno en vez de dedicarme a lo mío, ni como ni dejo”. Pero pesa más un afán extraño (¿miedo?) de querer reivindicarse como el más listo, el imprescindible. Como leía esta mañana , construir la figura del “amado líder” alrededor de alguien que en realidad no tiene capacidad de liderazgo ni, mucho menos, de ser querido por los que le sufren. Y que, además, en el fondo, tienen poca idea de nada y sólo hacen que imponer su criterio absurdo (escudándose en la jerarquía) si dejar que los que en verdad saben cómo va aquello puedan trabajar.
Cierto es (y no voy a citar nombres, busquen su ejemplo al gusto) que algunos consiguen subyugar a los que les rodean y que hagan sin pestañear lo que demandan. O sea, líderes incuestionables (más bien, incuestionados) que crean equipos sin capacidad de crítica, profesionales del seguidismo y de, por qué no, el peloteo. Esa es otra columna.
Si fuéramos humildes (y prácticos) lo rentable (humana y económicamente) es dejar hacer lo que cada uno sabe y fomentar las capacidades y habilidades de todos. Eso, y no el miedo a que nos releven, demostrará más inteligencia que las injerencias desmotivadoras que minan la moral y destruyen equipos.