Unos 40 jóvenes de Senegal permanecen acogidos en Burbáguena a la espera de una oportunidad
En mayo abrió el centro y ahora los migrantes espereran regularizar su situación para poder trabajarAlión tiene 25 años, es senegalés y sastre, aunque en los 8 meses que lleva en España no ha dado ni una puntada. Vino para trabajar, como todos los compañeros con los que comparte ahora su vida en la Casa Burbáguena, pero no tienen permiso de trabajo y, por tanto, no pueden hacerlo. Muy cerca de él se sienta Osman, que dejó a su madre, su única familia, en Senegal, con la esperanza de encontrar un empleo en España. De pescador, que es lo que hacía allí, o de lo que sea, porque su ilusión es estabilizarse aquí y poder traer a su madre.
Pero su sueño se esfuma como el cigarrillo que tiene Alión entre sus manos. Ambos son solicitantes de protección internacional y, como tal, la ley obliga a que sean atendidos. Es en ese periodo, cuya duración varía, cuando residen en centros de primera acogida de migrantes como el que hay en Burbáguena, que abrió sus puertas el pasado 12 de mayo y está gestionado por Accem, una organización sin ánimo de lucro que trabaja para mejorar las condiciones de vida de las personas en situación de vulnerabilidad, especialmente de los migrantes.
La sensación de las 40 personas que hay en la Casa Burbáguena es de frustración y, en algunos casos, llega a la desesperación. Abdoumangane tiene 22 años y gran experiencia como agricultor, al igual que muchos de sus compañeros. Sabe que en la zona hay demanda de empleo y cree que él, como sus amigos, podría aportar unas manos fuertes para el campo del Jiloca. Mientras Abdoumangane, Alassane Cisse o Abdou Aziz observan a los vecinos de Burbáguena cuando van a la tienda o a la farmacia, muy cerca hay agricultores que tienen problemas para encontrar mano de obra. Más lejos están las familias de estos subsaharianos, que dependen de esos salarios que no llegan para comer y devolver el dinero que han pedido prestado para el viaje en patera.
Mafias
Las mafias venden los pasajes a precio de oro aunque queden lejos de la primera clase. Los únicos alimentos que tomó Alión durante siete días fueron siete galletas, –“Biscuits así”, precisa señalando unas dimensiones de apenas cinco centímetros– que alternó con pequeños tragos a una botella de agua que también tenía que racionarse. Para pagarlos muchas familias gastan los pocos ahorros que tienen e incluso piden préstamos que luego deben devolver, según explica Sonia Salcedo, que es la responsable de la Casa Burbáguena.
“Yo no tengo problema, aquí como y duermo, pero la familia en Senegal tiene muchos problemas”, relata Alassane Cisse. Eso les provoca una gran desazón, máxime cuando ven que “hay mucho trabajo” y ellos tienen “brazos fuertes” para sacarlo adelante. “Padre y madre no comer si no mandar dinero”, añade Abdoumangane, cuyas preocupaciones a los 22 años poco tienen que ver con las que tiene cualquier joven de su edad en Teruel.
“Si tuvieran permiso de trabajo habría gente trabajando porque hay necesidad de mano de obra en la zona, han venido empresarios al centro buscando hombres para su contratación, pero no es posible”, recalca Salcedo, quien reconoce que el sentimiento de frustración es habitual entre las paredes del antiguo convento, antaño ocupado por las monjas de la Congregación de Santa Ana. Pocos minutos después de relatar el lastre que supone la burocracia tiene que explicarle a uno de los usuarios que hay que tener paciencia y esperar a que avancen los trámites hasta conseguir el anhelado permiso laboral.
La presencia de los 40 africanos no pasa desapercibida en Burbáguena, donde ahora un cuarto de la población –todos ellos están empadronados– habla senegalés o marroquí. Salcedo comenta que la mayor parte de los migrantes que llegan en la actualidad a España lo hacen en patera a través del Atlántico. No obstante, recalca que esta forma de entrada no era la mayoritaria cuando estaban todas las fronteras abiertas antes de la pandemia, aunque lo parezca porque es la que más se refleja en los medios de comunicación.
Precisamente la poca población y la tranquilidad del Jiloca está siendo un factor clave para la recuperación de los jóvenes subsaharianos. La responsable del centro matiza que la calma que hay en un pueblo les ayuda a sentirse tranquilos y recuerda que muchos tienen elevados niveles de ansiedad derivados de la difícil situación vivida en los últimos meses. Accem gestiona otros centros de primera acogida en varios lugares de España, aunque el de Burbáguena es el único existente en Aragón.
Muchos de estos jóvenes pasan buena parte del día a las puertas del centro, otros salen a correr por los alrededores del pueblo y los hay que matan la espera jugando a fútbol en las instalaciones deportivas. En sus idas y venidas saludan a todos los vecinos cortésmente, aunque no van más allá en sus conversaciones porque el lenguaje es todavía un muro infranqueable y apenas chapurrean unas palabras de español.
Tristeza
Sus ojos reflejan tristeza y esconden un pasado difícil pese a su corta edad. Y es que, como apunta la responsable del centro del Jiloca, “nadie sale de su país poniendo en peligro su vida por gusto” y sin saber a qué se enfrenta en el lugar de destino. Los motivos que les llevan a echarse al océano en una endeble embarcación de plástico son variados y van desde las carencias de todo tipo que hay en su país hasta la guerra o la homosexualidad, gravemente penada en los países subsaharianos.
Durante este tiempo, hasta que el Ministerio de Migraciones decida si les concede la protección y que no saben hasta cuándo se prolongará, reciben clases de español, que todos aprenden con mucho interés porque saben que es el verdadero pasaporte para integrarse social y laboralmente en el país.
También participan en talleres específicos de género y sobre sexualidad, además de otros para situarlos en el contexto geográfico donde se encuentran. Todo ello ocupa unas cuantas horas de su día, pero el resto del tiempo lo tienen libre y lo pasan tomando el aire en la calle, mirando el móvil o jugando a fútbol, actividades que poco tienen que ver con el motivo de su viaje, que es trabajar.
Actualmente hay 40 usuarios en Burbáguena, donde el centro tiene capacidad para atender a medio centenar de personas y el objetivo es ampliar las instalaciones para que den cabida a un total de 80 usuarios. Ahora son todo hombres mayores de edad, pero el centro puede acoger también a mujeres y a familias, aunque no a menores solos puesto que para poder solicitar el asilo internacional es necesario ser mayor de edad.
Para atender el centro cuentan con una docena de profesionales cualificados entre trabajadores sociales, psicólogos, integradores sociales o psicopedagogos. Salcedo lamenta que, aunque la atención a los usuarios es la prioridad, la burocracia es la que ocupa una gran parte del tiempo del personal.
El antiguo convento ha sido totalmente reformado, se ha remodelado la cocina y habilitado varios despachos y zonas comunes. Además, todas las habitaciones son individuales y cuentan con baño propio.
Para Burbáguena la puesta en marcha de este centro supone un importante revulsivo ya que en él trabajan doce personas, la mayoría profesionales cualificados y con experiencia en migrantes. Sonia Salcedo comenta que compran en el pueblo todo lo que es posible y que las comidas se las prepara un restaurante de Calamocha, aunque la idea es contar pronto con su propia la cocina, que está totalmente equipada. Añade además que el Ayuntamiento les ha abierto las puertas y les ha facilitado al máximo su instalación allí. El pasado jueves un grupo de teatro de Calamocha representó una obra para los usuarios, como una forma “de darles la bienvenida”, comenta Salcedo.
Por otro lado, la responsable matiza que se calcula que en torno al 5% de los usuarios se quedarán a vivir en la zona una vez ya cuenten con los permisos de trabajo y su situación esté totalmente regularizada. Precisamente esa visión de que se trata de gente joven con ganas de trabajar y que podría afincarse en la comarca es la que destaca Sonia Salcedo. Matiza que España “tiene un problema de desaparición de entornos rurales” mientras que en las capitales de provincia y ciudades medias “no pueden atender la demanda social, no solo de la migración”.
Los subsaharianos bajan considerablemente la edad media de Burbáguena, todos ellos tienen muchas ganas de trabajar y hay algunos a los que no les importaría quedarse en la zona. Ahora solo es cuestión de paciencia, la burocracia lo exige.
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