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Los remolques de Teruel que la sequía dejó vacíos se llenan ahora en Valencia con los restos de la dana Los remolques de Teruel que la sequía dejó vacíos se llenan ahora en Valencia con los restos de la dana
Los agricultores del Bajo Aragón, con sus tractores a su llegada a Algemesí

Los remolques de Teruel que la sequía dejó vacíos se llenan ahora en Valencia con los restos de la dana

Agricultores de distintas zonas de la provincia aportan su maquinaria y trabajo para ayudar a la limpieza
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Cruz Aguilar

Tienen las máquinas que hacen falta para arrastrar el lodo y los enseres echados a perder por el agua; saben manejarlas y, sobre todo, coordinarse para trabajar en equipo. La labor de la veintena de agricultores turolenses que bajaron a colaborar a Valencia para aportar su “granito de arena”, como ellos lo llaman, al desastre provocado por las inundaciones ha cambiado la vida a muchos vecinos de Catarroja y Algemesí, las localidades a las que acudieron con sus tractores, palas y excavadoras. Sus remolques, vacíos de cereal tras la peor sequía en años, se han llenado en noviembre de los escombros dejados por la riada y de la solidaridad que necesitan ahora los miles de valencianos afectados por las lluvias.

Las primeras declaraciones del agricultor de Bañón Clemente Garcés son para quitar mérito a su labor altruista y lamentar el tipo de sociedad en el que vivimos: “Resulta destacable y excepcional lo que debería ser normal, que es ayudar a los demás. No somos héroes, lo que hemos hecho es de sentido común”, argumenta. Él viajó con sus tres hijos -Marcos, Alejandro y Adrián- en el convoy organizado por Uaga (Unión de Agricultores y Ganaderos de Aragón) junto con otros agricultores de Villafranca del Campo, El Poyo del Cid o Gallocanta, en Zaragoza, y, aunque su idea era ponerse a las órdenes de los que organizaran el caos allí, acabaron siendo ellos mismos los que coordinaban e incluso cortaban la calle de Catarroja donde trabajaban con sus máquinas para evitar riesgos con coches y peatones.

La familia Garcés, en Catarroja, donde estuvieron tres días limpiando

También los agricultores del Bajo Aragón detectaron esa falta coordinación, algo que en cierto modo era hasta normal los primeros días porque “es una locura lo que hay allí, una desgracia muy grande”, relata Alejandro Latorre, que se desplazó desde Berge con su excavadora. Marcos Garcés, que es agricultor y, como los demás, dejó todo aparcado para ir a echar una mano a Valencia, incide en que el caos inicial es comprensible, pero “pasados tres días tiene que haber un orden, una rutina”.

El paso de los bajoaragoneses por la calle Montaña, una de las principales de Algemesí, marcó un antes y un después para los vecinos, que vieron en apenas unas horas cómo desaparecían, tras sucesivos viajes de los tractores con matrícula de Teruel, las toneladas de basura que, en algunas zonas del pueblo, superaban en altura a los propios edificios. En ese grupo había diez personas de Andorra, Alcorisa, Berge, Alcañiz, Valmuel, Samper de Calanda, Los Olmos, Molinos y La Ginebrosa, desplazados con la colaboración de Aega, la plataforma Aragón es Ganadería y Agricultura.

Los del Jiloca se ocuparon de desescombrar, en Catarroja, la calle Rambleta, donde sólo el nombre ya ayuda a hacerse una idea del destrozo que dejó en ella la riada. El trabajo de sus máquinas permitió “dejarla limpia”, aunque Clemente Garcés aclara que limpia significa sin enseres varios, ya que en el suelo todavía quedaban, y posiblemente sigan hoy, un par de dedos de lodo.

El andorrano Daniel Félez, durante el reparto de garrafas de agua

El andorrano Daniel Félez se desplazó junto su hermano Juanjo. Llevaban un tractor con el remolque lleno de garrafas de agua y material higiénico y un todoterreno con un remolque que utilizaron durante los dos primeros días para repartir todo lo que habían llevado. Señala que gran parte de las donaciones de alimentos continúa sin llegar a los damnificados porque no hay organización a la hora de distribuirlas. “Es vergonzoso ver todo allí almacenado y montones de ropa tirada”, lamenta. Por eso, no dudó en repartir calle a calle los productos que había llevado desde Andorra. En su remolque echó también palas, cepillos y alimentos que le daban los propios vecinos para ayudar a otros y se ofreció a hacer más viajes, aunque acabó centrándose en la limpieza de las calles junto con el resto de agricultores.

Los primeros días en Algemesí se organizaban los propios agricultores y los últimos se pusieron al servicio del Ejército, colaborando codo con codo para la retirada de toda la suciedad acumulada. Félez es crítico con la “penosa” organización tras la dana y expone que “había mil coches dando vueltas, pero sólo el Ejército iba manchado de barro”.

Cuando el grupo de bajoaragoneses aparcó su maquinaria en Algemesí estaba todo por hacer y el Ayuntamiento, al ver que iban a dormir en coches y tractores, habilitó el pabellón deportivo y fueron ellos mismos los que descargaron de un camión los colchones que echaron al suelo. Eran los primeros voluntarios que recalaban en una localidad deshecha por la dana y que, sin embargo, “es la zona que menos daños tiene”, relata Félez. La primera noche durmieron solos, pero la última, ya el jueves, había 200 voluntarios alojados. Alejandro Latorre explica que ese primer día comieron lo que se habían llevado de casa, porque todos llegaron a Valencia con alimentos suficientes como para pasar unos cuantos días, porque no sabían lo que se iban a encontrar, aunque luego no les hicieron falta gracias a la solidaridad de los vecinos.

Dantesco

“Lo que hay allí es como lo que se ve en la tele, pero más agobiante porque no hay un metro que no esté devastado, en todas las calles hay barro, montones de basura y mucha dificultad para moverte”, dice Marcos Garcés, para quien lo peor de todo es el olor. El lodo se mezcla con restos de comida putrefacta y los excrementos de las personas que, los primeros días, cuando no tenían agua, las depositaban en bolsas y las dejaban en la calle. “Es dantesco”, sentencia su padre, Clemente Garcés.

La labor de limpieza de los del Bajo Aragón posibilitó el acceso a uno de los muchos bares que quedaron llenos de barro y sus dueños se lo agradecieron de la mejor forma que saben, dándoles comida caliente varios días. Otros días comieron en los lugares habilitados para alimentar a los voluntarios o de la gran olla de judías que cocinó de forma altruista un grupo de gaditanos que acudió a colaborar. También los del Jiloca se sintieron reconfortados por otros voluntarios y por los vecinos, que les mostraron su agradecimiento de forma repetida.

Los agricultores no trabajaban de sol a sol, de noche seguían quitando escombro y todos coinciden en señalar que era cuando más les cundía, porque había menos personas y vehículos transitando. Alejandro Latorre detalla que los voluntarios eran los únicos que seguían haciendo viajes a partir de las 17:30, hora a la que los asalariados plegaban hasta el día siguiente.

La sensación con la que ha regresado desde la zona cero de la dana la familia Garcés es del valor que tienen los conocimientos que da el campo: “Mucha gente en la ciudad no sabe trabajar con las manos”, dice Marcos, para añadir que el saber y la capacidad de los agricultores de Teruel para rendir en equipo han sido fundamentales. “Sin estar preparados o ser un cuerpo con formación sabemos cómo se trabaja a concejadas. No estamos acostumbrados a estos desastres, jamás los hemos vivido, pero los conocimientos de los agricultores fueron muy valiosos allí”, indica.

Algunos de los animales rescatados por una protectora valenciana

Clemente Garcés mira hacia el futuro con pesimismo porque, alerta, “en diez o quince días las calles estarán limpias”, pero además de la pérdida de vidas, los que quedan se lo han dejado todo bajo el lodo: “Están totalmente arruinados”, dice, para añadir que en las calles de Catarroja que ellos trabajaron no hay ni un sólo negocio que se haya salvado.

Todos ellos han regresado de Valencia reconfortados tras varios días de ayuda, pero con cierta tristeza por la mucha labor que dejaban por hacer, aunque indican que en los últimos días llegó ya más maquinaria contratada para limpiar las calles. Son gente curtida, de campo, pero han vuelto con la lección de vida que da un desastre que difícilmente olvidarán. El recuerdo del egoísmo humano, con el que se toparon en diferentes momentos, no es capaz de empañar el buen sabor de boca que les han dejado las decenas de voluntarios que se cruzaron en su camino y que, como ellos, piensan que la ayuda individual que cada uno puede aportar es la que salva al pueblo.

Ninguno de los que allí estuvieron busca medallas, pero todos han regresado con una bien grande colgada, la del orgullo por el trabajo realizado: “Volvemos contentos y satisfechos, llenos por la faena que hemos hecho”, dice Daniel Félez.

Puertomingalvo habilita un refugio para animales que no tienen dueño

Perros y gatos, pero también hurones, caballos, ponis, burros o cabras, se han quedado sin hogar a consecuencia de las inundaciones. Muchos de ellos están a la espera de que sus dueños los localicen, pero otros, al no llevar chip, quizá nunca regresen a su cuadra y también los hay que, seguramente, la tendrán sepultada por el lodo. Para darles acogida temporal, Sergio Peleija, ha habilitado un corral en Puertomingalvo para que a lo largo de los próximos días, lleguen animales procedentes de un hospital veterinario valenciano y del campo del Sporting de Benimaclet.

Ha conseguido que le presten el corral y cuenta con fincas de pasto para poder tener “cuatro o cinco animales grandes”, dice, para añadir que adoptará él mismo al menos un perro. Además de la cesión de la cuadra, otra vecina le ha donado toda la paja que tenía en un pajar y Peleija confía en poder trasladar hasta Puertomingalvo los caballos con la colaboración de algún propietario de ese tipo de remolque.

 

Éxito en la primera jornada de recogida de juguetes en Pinilla

La campaña impulsada por los turolenses Carlos Sánchez y Pablo de Diego para recoger juguetes destinados a los niños afectados por la dana durante los domingos del mes de noviembre ha sido un éxito en su primera jornada. El objetivo es entregarlos a los pequeños que han sufrido las inundaciones para que puedan recuperar por un momento la sonrisa.

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