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Jesús Peribáñez: “Hago más de 100 kilómetros para vender 50 barras de pan” Jesús Peribáñez: “Hago más de 100 kilómetros para vender 50 barras de pan”
Jesús Peribáñez, en la panadería familiar que regenta en Burbáguena

Jesús Peribáñez: “Hago más de 100 kilómetros para vender 50 barras de pan”

Los panaderos de Burbáguena reparten a 14 pueblos y en un año cerrarán el horno al no tener sustituto
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Cruz Aguilar

Jesús Peribáñez encarna la tercera generación de panaderos de Burbáguena y hace el pan con la masa madre de su abuelo, Santos Peribáñez, pero el sabor tiene los días contados. En un año cerrará el horno porque tanto el panadero como su mujer, Consuelo Guillén, se jubilan. Ahora llevan su pan, que está ya horneado a las 7 de la mañana, a 14 pueblos de toda la comarca y hay días que Jesús hace “100 kilómetros para vender 50 barras de pan”, lo que convierte el horno de Burbáguena más en un servicio que en un negocio.

La dureza del trabajo, puesto que a las 7 de la mañana ya está todo listo para iniciarse el reparto, unida a la despoblación de la zona lo hacen poco atractivo para alguien que quiera comenzar de nuevo. Jesús Peribáñez destaca que salvan el mes gracias a la residencia de ancianos y al centro de acogida de inmigrantes que hay en la Burbáguena: “Estábamos en la UCI y nos han resucitado poniéndolo en marcha”, argumenta.

Él no va arrendar su horno, porque está ubicado en su propia vivienda -algo común en otros muchos negocios del medio rural-, pero sí está dispuesto a traspasar la maquinaria, aunque reconoce que, por el momento, nadie le ha mostrado interés por seguir con un negocio que, en cualquier caso saldrá de la familia porque su hija tiene otra profesión. “Es muy sacrificado, aunque cada vez está más mecanizado”, dice. Por otro lado, “tampoco se incita a la gente a que se hagan panadero”, dice, para añadir que los ayudantes que contrata en verano “no tienen ilusión”.

Lleva desde los 16 años trabajando como panadero y, hasta la fecha, no ha habido nevada -ni siquiera las borrascas Gloria o Filomena- que le hayan impedido servir el pan. “Si está muy mal y consigo llegar a Ferreruela desde allí ya lo llevan al resto de los sitios en tractor”, comenta.

Lo que más le duele de cerrar el negocio es que no es el único y que, la falta de panaderos artesanales acabará con el sabor auténtico del pan: “Cuando pasas por un sitio de esos prefabricado no huele a pan, sólo a ácido”, describe.

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