El analfabetismo se redujo un 23% en las primeras décadas del siglo XX en Teruel
Un libro de Lourdes Alcalá y José Luis Castán muestra el salto que dio la provincia en Educación a partir de 1900Las primeras décadas del siglo XX fueron fundamentales en lo que a la educación se refiere en Teruel. Los maestros ya eran titulados, sus condiciones salariales habían mejorado y su labor para que las familias llevaran a sus hijos a los colegios fue vital. Todo ello, unido a las mejoras en los edificios que albergaban las escuelas y en los materiales pedagógicos, se tradujo en una reducción sustancial del analfabetismo.
El 69,3% de la población era analfabeta en la provincia de Teruel en los primeros años del siglo XX, una cifra que en 1930 era del 46,2%. Los datos han sido recopilados por la investigadora Lourdes Alcalá y se incluyen en el libro 'El sueño del porvenir', recientemente presentado y en el que analiza, junto al profesor José Luis Castán, el magisterio y la escuela rural en la provincia entre los años 1900 y 1931.
Esta reducción de más de 23 puntos fue de vital importancia, pero Teruel siguió cuatro puntos por encima de la media española en lo que respecta a analfabetismo, una tendencia que cambió en la década de los 40, donde la media provincial era mejor que la del conjunto del país.
Diferencias
En esos años había grandes diferencias entre hombres y mujeres, en 1900 el 58,7% de los hombres no sabían leer ni escribir, una cifra que era del 80% (cuatro de cada cinco) en el caso de las mujeres. En 1930 la mejora fue sustancial, pero siguió existiendo brecha de género ya que el porcentaje masculino era del 39,5% y el de mujeres del 54%.
Uno de los aspectos clave de estos primeros años del pasado siglo es que había que convencer a las familias de que sus hijos tenían que aprender a leer y a escribir. “Se logró que el 80% de los niños estuvieran matriculados en una escuela, un porcentaje más amplio que en otros lugares de España pero ojo –alerta la maestra y escritora– que fueran a la escuela era otra realidad”. Los maestros intentaron por todos los medios reducir el absentismo e incluso se modificó el calendario escolar para que las familiar pudieran contar con sus hijos en los momentos clave de la siembra y la cosecha, aunque los resultados no fueron buenos.
La investigadora Lourdes Alcalá destaca en el libro –que ha coeditado por la editorial Caligrama y el Instituto de Estudios Turolenses– tres aspectos fundamentales en la mejora de la educación en la provincia. Por un lado precisa que aunque a comienzos de ese siglo XX ya había escuelas en prácticamente todos los pueblos, hubo un cambio en los edificios, que ya empezaron a tener clases para los diferentes niveles.
Primeras escuelas
Las primeras escuelas Graduadas o por niveles fueron las del Arrabal, que tenían tres secciones, una para los niños más pequeños, de entre 6 y 8 años, otra para los que tenían entre 8 y 10 y una tercera que iba hasta los 12. “El cambio fue relevante”, relata Alcalá, “porque los edificios ya eran dignos para hacer las clases, hasta ese momento las condiciones eran pésimas”, señala. Fue el Estado el que financió parte de los edificios y lo hizo como forma para mejorar la educación a nivel nacional. No solo mejoraron los inmuebles, sino que se dotaron con mobiliario más moderno y recursos pedagógicos.
Según han documentado Alcalá y Castán en la publicación, entre los años 1921 y 1929 se construyeron o iniciaron 55 escuelas en la provincia y hubo otras de mejora en otras 30. La intervención estatal, fijando una serie de normas e incrementando las ayudas, se sumó al esfuerzo inversor realizado por los ayuntamientos para cumplir la legalidad en los edificios.
El segundo hito importante es que se reguló tanto la formación de los maestros como su salario. Así, en 1932 todos los maestros y maestras habían realizado los estudios pertinentes ya que en 1914 aparece una normativa que exige la titulación. El sueldo pasó de estar entre las 500 y las 650 pesetas al año a las entre 1.000 y 3.000 que establecía el Estado, que fue quien se ocupó de costearlas. “Los maestros duplicaron o incluso triplicaron su sueldo y empezaron a formar parte de la sociedad turolense, a ser más visibles y tener más poder y así pasar a preocuparse no solo por su supervivencia, sino por mejorar la pedagogía turolense”, destaca Lourdes Alcalá.
Profesionales
Otro hecho fundamental que recoge la maestra y escritora es que el magisterio se unió y creó una asociación profesional para defender los intereses de la profesión. Este hito fue muy importante puesto que generó un sentimiento de orgullo colectivo que les impulsó a dar a conocer su trabajo y a reivindicar la importancia de la educación para el desarrollo de la sociedad.
Desde mediados del siglo XIX se había reivindicado un cuerpo de maestros nacionales, pero no llegó hasta el siglo XX, cuando se consolidó la formación y los salarios y los profesionales del sector tuvieron garantizado un bienestar y una jubilación que les permitió, como se recoge en el libro, centrarse en la renovación pedagógica. En esas primeras décadas se introducen en las escuelas normales de maestros nuevas materias, como idiomas, música o educación física.
El Estatuto de Magisterio de 1923 reguló, por primera vez, los días de clase en las escuelas nacionales, que los cifró como máximo en 240 días lectivos al año, con cinco horas lectivas (similar al actual) de lunes a sábado.
Tesis doctoral
El libro que ahora se ha publicado tiene su origen en la tesis doctoral que Lourdes Alcalá defendió en la sede de la UNED en Madrid en el año 2016 y que llevaba por título La escuela rural: historia de la enseñanza primaria en la provincia de Teruel (1857-1931). En el año 2020 Alcalá y Castán publicaron un libro dedicado a la educación provincial en las últimas décadas del siglo XIX. Una obra que ahora se complementa con esta que fue presentada la pasada semana en el Museo de Teruel. Al acto acudieron decenas de personas, algo que constata el interés que hay en la ciudad por el tema.
A la presentación asistió también José Luis Castán, que es el autor de la parte del libro dedicada a la historia de la provincia y destacó el despegue a nivel tanto social como cultural que supusieron las dos primera décadas del siglo XX para el territorio turolense y sus gentes.
La obra es fruto de una ardua investigación e incluye numerosos datos y se ha elaborado a partir de los múltiples documentos consultados por la investigadora. También aparecen diversas fotografías, entre ellas la de la portada, tomada en 1934 y que muestra la escuela femenina de Nogueruelas en un homenaje de la autora hacia su madre, que aparece en ella.
Colegios privados
Las escuelas privadas tuvieron una gran importancia en la educación de la provincia de Teruel, así como los numerosos maestros particulares. En colegios privados, la mayor parte religiosos, había matriculados 8.975 niños en el año 1925, 4.417 chicos y 4.558 alumnas, lo que supone el 22,2% del total de alumnado matriculado en la provincia.
La provincia de Teruel vivió una etapa de desarrollo socioeconómico durante el primer tercio del siglo XX; la mejora de las comunicaciones, la creación de nuevas industrias y el desarrollo del comercio propició un aumento de la burguesía y la consolidación de un grupo importante de funcionarios que se encargaban de los distintos ministerios en la provincia.
Estos nuevos estratos sociales demandaban una educación para sus hijos acorde a los nuevos tiempos y no siempre las maltrechas escuelas nacionales daban respuesta a sus demandas. Serán los colegios privados, la mayoría religiosos, quienes les ofrezcan la formación que aspiraban para sus hijos, según se desprende del libro El sueño del porvenir, de Lourdes Alcalá Ibáñez y José Luis Castán Esteban.
Hermanas de la Caridad
Uno de los colegios más innovadores en cuanto a educación fue el de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana. Se instalaron en 1890 en Alcañiz y Calanda para atender los dos hospitales y también las necesidades escolares de niños de familias pobres. Sin embargo, su buen hacer e innovación educativa hizo que durante las primeras décadas del siglo XX todas las familias pudientes de la capital bajoaragonesa quisieran matricular allí a sus hijos.
Fueron pioneras en la educación de párvulos y llegaron a gestionar siete colegios en Alcañiz, Calanda, La Iglesuela del Cid, Cantavieja, Torrevelilla, Muniesa y Albalate del Arzobispo. Además de estos parvularios gestionados por las Anas, había colegios privados en Monreal, Alcañiz, Teruel y Albarracín. El primer colegio privado religioso femenino fue la Purísima y Santos Mártires, que se abrió en Teruel en 1898 de la mano de las Religiosas Franciscanas de la Inmaculada. Les siguieron las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, que llegaron a Teruel en 1899 y fundaron el Colegio y residencia del Sagrado Corazón de Jesús.
Ambos se consolidan en el primer tercio del siglo XX y se convierten en una referencia para la educación de las niñas de la ciudad.
Dos figuras clave en estos espacios educativos fueron Dolores Romero, que fundó el colegio de San Nicolás de Bari en Teruel para acoger a los niños huérfanos de la Sierra de Albarracín. En 1905 asumieron su gestión los hermanos de La Salle, que también se hicieron cargo del Nuestra Señora del Pilar, fundado en Monreal del Campo gracias a la aportación de Ricarda Gonzalo de Liria, quien creó una escuela de artes y oficios destinada a la educación de niños pobres.
Carmen Castilla Polo
En la educación turolense de las primeras décadas del siglo XX hubo varias figuras clave, algunas reconocidas incluso en vida, como el pedagogo Miguel Vallés, y otras de las que apenas se sabía nada hasta la fecha, y entre ellas se encuentra Carmen Castilla Polo, que fue la primera inspectora en la provincia y una impulsora de la educación de las niñas.
Miguel Vallés fue uno de los maestros que denunció con más ahínco el abandono por parte de las autoridades locales y la indiferencia ante el desamparo que vivían los maestros.
Fue también importante en la creación de la agrupación de profesores y en la publicación de la revista La Asociación. Previamente, había sido maestro e incluso fundó un colegio privado no religioso cuyas innovadoras enseñanzas eran el teatro, la música o los idiomas. Las familias de la burguesía querían llevar a sus niñas a él por la educación diferenciada que ofrecía y eso hizo que surgieran otros centros impulsados por la Iglesia para captar a esas familias pudientes.
Una de las figuras que la investigación desarrollada por Lourdes Alcalá y José Luis Castán han sacado a la luz es la de Carmen Castilla Polo, que fue la primera inspectora de educación de la provincia de Teruel. Se formó en la Escuela Superior de Magisterio junto a María de Maetzu y tenía, según comenta Alcalá, ideas de la Institución Libre de Enseñanza.
Se formó con una beca de la Junta de Ampliación de Estudios en Estados Unidos, concretamente en Massachusetts, y fue pionera en promover la escolarización entre las niñas.
En este sentido, la investigadora destaca el esfuerzo que hizo por convencer a las familias de que llevaran a sus hijas e hijos al colegio.
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