A la caza de gigantes de más de veinte metros que utilizaban su cola en forma de látigo para defenderse
La Fundación Dinópolis avanza en el conocimiento de los diplodócinos, el grupo de dinosaurios de gran tamaño escasos en España y EuropaLa Fundación Conjunto Paleontológico de Teruel-Dinópolis ha abierto un nuevo campo de investigación tras la pista de otro de los gigantes que pobló la provincia hace 150 millones de años y que está emparentado con uno de los dinosaurios más icónicos que existen en el registro mundial, Diplodocus. Eran vertebrados de más de veinte metros de longitud cuya característica principal es que disponían de una cola extremadamente larga que podían utilizar como un látigo para defenderse de los depredadores. Los hallazgos que se han venido realizando en este siglo tanto en Riodeva como en El Castellar corroboran la presencia de ejemplares de este grupo en Teruel y ahora se trata de determinar su grado de parentesco, puesto que la presencia en España y Europa de estos dinosaurios es poco conocida.
Diplodocus es un dinosaurio icónico y está en la mente de prácticamente todo el mundo, pero es un género norteamericano descrito en el siglo XIX, muy diferente de los turiasaurios que los paleontólogos de Teruel han puesto en el mapa en lo que va del siglo XXI conforme han ido avanzando las publicaciones científicas sobre este nuevo clado (grupo) definido a partir del Gigante Europeo encontrado en Riodeva, Turiasaurus riodevensis.
Las investigaciones de la Fundación Conjunto Paleontológico de Teruel-Dinópolis siguen ahora los pasos que los parientes próximos de Diplodocus dieron en la provincia. En los tres últimos meses, paleontólogos de esta institución científica han extraído en el yacimiento El Carrillejo de Riodeva vértebras, chevrones y otros materiales pendientes de identificar pertenecientes a un diplodócino, el grupo más próximo a Diplodocus. Se trata de un afloramiento de hace 150 millones de años perteneciente al Jurásico Superior.
Vértebras
Quienes visitan estos días Dinópolis pueden contemplar algunas de esas vértebras en el laboratorio de la Fundación que hay junto a la rampa de acceso al Museo Paleontológico. La mayoría del material extraído se encuentra todavía en momias, las inmensas carcasas que, protegidas con escayola, hacen los paleontólogos para llevarse los fósiles del campo y limpiarlos y prepararlos después en el labotatorio.
Una conservadora de la Fundación se afana allí en quitar la dura capa de arenisca que cubre los materiales. Hay que retirarla con mucho cuidado con un percutor y la ayuda de una lupa de aumento para evitar dañar lo que es el hueso fosilizado. El director de la Fundación Dinópolis, Alberto Cobos, muestra al lado las carcasas que se han traído desde el yacimiento de Riodeva.
A los ojos de cualquiera es difícil distinguir allí la presencia de huesos de dinosaurio, hasta que Cobos empieza a retirar trozos de arcilla endurecida y a mostrar el contorno de un gigantesco disco de piedra que asoma del bloque. Es una de las descomunales vértebras de hasta 40 centímetros de diámetro que están apareciendo.
“Es un material bastante relevante desde el punto de vista de los saurópodos de España y de Europa porque hay pocos diplodócinos aquí”, comenta para explicar la trascendencia de las últimas excavaciones realizadas en El Carrillejo, un afloramiento que se conocía desde el año 2003 y cuyo hallazgo es contemporáneo de Barrihonda-El Humero, donde se encontraron los restos de Turiasaurus riodevensis. Fue en este otro yacimiento en el que se centró entonces el interés de los científicos, lo que dio lugar no solo a la descripción de un nuevo género de dinosaurio gigante sino a una familia que ahora está extendida por todo el mundo, los turiasaurios.
Determinar el parentesco
Con los huesos de El Carrillejo ocurre lo contrario, pertenecen a una clase de dinosaurios saurópodos ya conocidos, los diplodócidos, pero ahora hay que determinar su parentesco con el género que dio lugar a este grupo, Diplodocus, y ver si es cercano al mismo o está más alejado. El diplodócido que ha aparecido en Riodeva tiene todas las cartas a favor de que se trate de un dinosaurio muy emparentado, es decir, que se trate de un diplodócino, con n en lugar de d, que es el grupo más próximo a este género.
Estos dinosaurios gigantes cuadrúpedos de cuello y cola largos, con una cabeza proporcionalmente pequeña, se conocen en general como saurópodos, y dentro de esa denominación hay varias familias como los turiasaurios, a los que pertenece Turiasaurus, los titanosauriformes, como es el caso de Aragosaurus, o los diplodócidos, entre otros, al que corresponde el género Diplodocus o los huesos de El Carrillejo.
Los diplodócidos se caracterizaban por tener colas extremadamente larguísimas compuestas por hasta 80 vértebras. En el ejemplar de Riodeva los paleontólogos apuntan, a la espera de completar los estudios científicos, que podría haber alcanzado los 25 metros de longitud.
La teoría más extendida dentro de la paleontología de dinosaurios es que estas colas eran tan largas y finas en su extremo porque eran utilizadas como un arma defensiva a modo de un gran látigo. De esa manera intentaban repeler a los grandes dinosaurios carnívoros que les acechaban.
Diplodócidos en Europa se han encontrado en distintas edades, pero diplodocinos, que son más cercanos a Diplodocus y que se sitúan en el Jurásico Superior son infrecuentes. De ahí la importancia de este hallazgo como ya se apuntó en su día cuando se halló la primera vértebra caudal de la parte anterior de la cola y se publicó.
“Entonces fue la primera referencia de un diplodocino en España”, recuerda Cobos, quien precisa que en 2009 se volvió a incidir en esa cuestión en una publicación en la que se revisaron todos los saurópodos aparecidos hasta entonces en Riodeva. Es ese el motivo que ha llevado ahora a los científicos a profundizar en este yacimiento.
Con posterioridad a aquellas fechas, en el yacimiento La Tejería de El Castellar aparecieron otras vértebras atribuidas a diplodocino, en ese caso de la parte media posterior de la cola. En total se encontraron 17 vértebras, un hallazgo “espectacular”, confiesa el científico. De ese material, en el Dinopaseo que hay en este municipio se pueden contemplar las réplicas de cuatro de ellas articuladas.
Otros materiales
Cobos comenta que aparte de estos materiales, en Galve hay un diente aislado que se puede clasificar como diplodócido, y algún centro vertebral más de la Comarca de Los Serranos en la provincia de Valencia. En toda la Península Ibérica solo se ha descrito un dinosaurio de esta familia en Portugal, cuyo género se llama Dinheirosaurus.
“Los fósiles de diplodócinos suelen ser un material muy aislado”, comenta el director de la Fundación Dinópolis, por eso el interés que tienen los huesos extraídos ahora en Riodeva, ya que son “parientes muy cercanos a Diplodocus, que es un dinosaurio de referencia”.
El estudio de estos fósiles permitirá concretar más su parentesco y las opciones que se abren son múltiples, pero primero tendrá que prepararse en el laboratorio todo el material excavado.
La publicación científica está pendiente de esa restauración. Cobos argumenta que parten de una base que ya se publicó en su momento, y ahora hay que avanzar con un artículo que podría avanzar solo con el material de El Carrillejo o que evalúe también el de El Castellar.
El paleontólogo explica que estos fósiles tienen unas características concretas que permite atribuirlos a diplodócinos, ya que los centros vertebrales caudales tienen unos huecos en las secciones laterales con una especie de arruga o lámina que cruza la parte ventral, “una característica exclusiva de estos dinosaurios”, aclara.
Fósiles
Una vez que todos los fósiles estén preparados, puesto que hay que retirar las capas de arenisca que los cubren, “se podrán determinar las sinapomorfías” para poder clasificarlo. Se trata de las características que tienen los huesos para clasificarlos dentro de un grupo determinado. Podrá darse entonces el caso de que resulte un diplodócino indeterminado o que presente características que lo diferencien de cualquier otro y que permitan relacionarlo con un grupo ya existente como Diplodocus o Barosaurus, aunque sería muy difícil que así fuese, o incluso poder estar hablando de un nuevo género o especie.
Pero eso todavía está lejos de saberlo, advierte Cobos, porque a veces las vértebras caudales tampoco son el material “más propicio a la hora de ver diferencias en estos animales”. En cambio, añade que hay otro aspecto de gran interés en la investigación de estos huesos al compararlos con los que se han encontrado en Norteamérica.
Del número y el tipo de fósiles que se recuperen dependerá que pueda determinarse su género. A la espera de que se consiga eso o no, “puede ser muy trascendente también si lo que tenemos es un género ya reconocido en Norteamérica”, explica Cobos, puesto que de esa manera “estarían determinándose los grados de interconexión en el Jurásico Superior entre la actual Norteamérica y la Península Ibérica, un poco lo que ocurre con el resto de dinosaurios, pero en este caso con los diplodócinos”.
Así avanza la ciencia, paso a paso, con constancia, determinación y paciencia para ir profundizando en el conocimiento de ese pasado remoto en el que los gigantes dominaban la Tierra, y para el que una vez más los hallazgos realizados en Teruel son una pieza clave dentro del puzle mundial que es la paleontología de dinosaurios.
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