Conocí a Javier en los último años de la década de los noventa –madre mía, cómo pasa el tiempo-. Él había llegado de Zaragoza para ser la voz de los 40 principales y hacer programas en la Ser como El club de las siete. Por entonces los dos éramos (más) jóvenes y en muchas ocasiones coincidíamos en el autobús de ida o de vuelta a la capital de nuestra comunidad. Javier, tras una entrevista que me hizo al ganar el Premio de poesía Amante de Teruel, me ofreció hacer una sección semanal vinculada con la actualidad y la poesía. Aquello era todo un reto y pasamos muchos meses conviviendo entre micrófonos y poemas.
Supongo que por entonces Javier no se imaginaba que iba, con el tiempo, a convertirse en un turolense más. Con el paso de los años Javier Jané se hizo un importante hueco en su emisora y se erigió directamente en la voz cultural de muchos activistas y creadores que ponían en marcha sueños y proyectos. Javier abrió de par en par las ventanas de aquella emisora que estaba situada cerca del antiguo mercado de la ciudad y después junto a la Plaza Torán, en el ensanche, e hizo de altavoz de todos ellos.
La tarea realizada no es menor en absoluto. Sus programas llegaban a todos los límites de la provincia y en su compañía todos nos sentíamos escuchados, comprendidos y abrazados. Su obligación, considero, era estar ahí, pero como en casi todas las cosas de la vida lo más importante es cómo estaba ahí. Siempre atento, siempre entusiasta, siempre sensible a todas las voces y propuestas.
A lo largo de los años Jané ha tenido muchas oportunidades para marcharse a la capital del reino y a otros muchos lugares, ha tenido ofertas para dejar las orillas del Turia y emprender nuevos caminos. Él decidió apostar por nuestra tierra, apostar por todos nosotros y convirtió un destino que quizá iba a ser solamente temporal en su casa. Ahí es donde él dejó ser del lugar en el que había nacido para ser ya para siempre un turolense más.
Quiero dejar caer en estas líneas la posibilidad de que sea nombrado hijo adoptivo por parte de las autoridades municipales en alguna ocasión, pero la realidad es que no necesita este galardón pues ya habita en las casas y los corazones de todos nosotros. Los verdaderos premios residen en la conquista de amistades y en entrar en las vidas de los demás, y eso Javier ya lo ha logrado.
A lo largo de los años él y yo hemos conversado mucho sobre los creadores de la provincia. Hemos divagado unas cuantas horas sobre la dimensión de la cultura en nuestra provincia, su potencialidad y sus posibilidades. Hemos hablado en antena y fuera de ella con músicos, escritores y artistas que nos han visitado. Javier ha hecho embajadores de nuestra provincia a todos ellos con su cariño, su trabajo y documentación sobre ellos y su enorme sensibilidad.
Me gusta mucho ir a la radio a dialogar con Javier. Me gusta pasear hasta la emisora pensando en los asuntos que pueden surgir en nuestra charla. Me gusta hacer tiempo en los jardines que se ubican justo al lado y dejar que mis recuerdos de infancia y juventud se mezclen con los sueños y los deseos que surgen en la espera. Me gusta realmente todo esto, de alguna manera da sentido a parte de lo que hago y parte de lo que soy, y todo eso solo se lo debo a Javier. Creo que nunca saldaré esta deuda que se alimenta y engrandece en cada una de mis vistas a la Ser.
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