Todos hemos sido jóvenes y hemos tenido veinte años. Quizá todos hemos asistido a fiestas, hemos bailado hasta el amanecer y nos hemos dejado llevar de la mano por alguien a quien apenas conocíamos. Pero no todos hemos recorrido la distancia que separa Mulholland Drive de Rodeo Drive en el asiento de un descapotable, asistido a un preestreno en Hollywood, hemos sido invitados a una fiesta en la casa con jardín y piscina de un productor en Malibú o vivimos en un ático en el Upper East Side de Nueva York.
Bret Easton Ellis hace unos cuantos libros que parece no haber superado aquella etapa, de nuevo estamos en la época en la que escribió su mítica Menos que cero y nos presenta cómo fueron unos años que ya conocimos por su propia novela envuelta en los referentes cinematográficos y musicales del momento (y que configuran toda nuestra educación sentimental, al menos para los que fuimos jóvenes y rebeldes en los 80 o los 90). Lejos quedan experimentos literarios tan arriesgados y exitosos como American psycho (que cuenta con una versión cinematográfica con un excelente Christian Bale de protagonista) o libros que dieron mucho que hablar como Glamourama.
El caso es que lo que hace Easton Ellis –y eso lo hace muy bien- es ponernos los dientes largos rememorando sus tiempos de juventud, excesos y creatividad, rodeado de talentosos universitarios con un potencial extraordinario, dinero y la vida por delante.
Mi padre dice que las novelas de amor y lujo siempre triunfan, y tiene toda la razón o al menos son dos cosas que todos queremos tener, vivir y derrochar también. Y eso es exactamente lo que campa a raudales por la novela.
De alguna forma, toda su obra es un work in progress: Las leyes de la atracción puede tomarse como una continuación de Menos que cero; Lunar Park es un postautoficcionado de American Psycho, y Blanco algo de todos ellos antes de rendirse a la obligación por necesidad imperiosa de escribir Los detrozos…
Las personas a las que aparentemente conoció en aquellos días de juventud son los personajes de sus novelas, o eso es lo que él quiere hacernos ver, y conviven con otros absolutamente ficticios en una gran comedia que no se detiene jamás. Podríamos trazar también toda una teoría sobre una generación que quizá se encontró las cosas fáciles o demasiado hechas gracias al esfuerzo de la generación anterior, que de repente se vieron con las manos llenas de recursos sin haber peleado por ellos y por ende los dilapidaban sin ton ni son, solo en busca de la satisfacción inmediata, solo en busca de una desconexión total de una vida que ni siquiera podían comprender. Ahí reside la tragedia de esta historia tan divertida como deprimente, como aquellas canciones de los noventa que cambiaban de la euforia al suicidio según cómo fuera nuestro estado de ánimo.
Algún día escribiré –o intentaré escribir- una novela como las de Bret, ubicada en las calles y las plazas en las que hicimos tantas cosas y fuimos felices, rodeado de mis amigos creadores turolenses (Mario Hinojosa, Pimpi López Juderías, Fabián Navarrete o Carlos Paterson, entre otros) y de los tiempos en que nosotros también fuimos jóvenes e indolentes, llenos de vida y de talento a raudales, repletos del ansia de hacer de Teruel el centro del universo.