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Salvemos al guionista

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José Baldó

Rafael Azcona, tal vez el mejor guionista que ha dado el cine español, aseguraba que “las películas son de los directores, mientras que el guion es como el encofrado de un edificio, tiene que estar pero no se puede ver”. El autor de El pisito o El verdugo era conocido, además de por su indudable talento para la escritura, por su humildad y su deseo inquebrantable de pasar desapercibido. No es mi intención llevarle la contraria a Azcona, para eso están genios como Alfred Hitchcock que sabían que “para hacer una gran película necesitas tres cosas: el guion, el guion y el guion”.

Desde el pasado mes de mayo, los guionistas de Hollywood han aparcado sus portátiles y se han unido en una huelga sin precedentes en la historia del cine americano. La lucha por los derechos de los escritores de películas y series de televisión es una disputa que lleva fraguándose mucho tiempo. La aparición de las plataformas de streaming ha cambiado por completo el funcionamiento del mercado audiovisual y, a su vez, ha repercutido en el papel de los guionistas que han visto amenazados sus modelos de trabajo y sus salarios.

En el clásico de Nicholas Ray, En un lugar solitario, la actriz Martha Stewart le confesaba a Humphrey Bogart que creía que los actores se inventaban sus diálogos en las películas. La estrella de Casablanca interpretaba aquí a un guionista cínico e inestable, un alma atormentada por el alcohol y la soledad, pero con la sensibilidad suficiente para definir la grandeza del amor con solo un puñado de palabras: “nací cuando ella me besó. Morí cuando me abandonó. Viví unas cuantas semanas mientras ella me amó”.

En muchas ocasiones, el cine se ha ocupado de retratar el oficio de contador de historias, casi siempre a través de relatos oscuros y nada complacientes. En El crepúsculo de los dioses, William Holden interpretaba a un escritor de segunda al que la necesidad y la mala fortuna acaban convirtiendo en gigoló de una vieja estrella del cine mudo. Barton Fink, la obra maestra de los hermanos Coen, supone un retrato alucinado, a medio camino entre la comedia y el ‘noir’, sobre el concepto de creación artística y el infierno del escritor ante la angustia del folio en blanco. Por su parte, en Adaptation (El ladrón de orquídeas), film marciano e inclasificable donde los haya, Nicolas Cage sufría en sus propias carnes los miedos e inseguridades de un guionista encargado de adaptar una novela imposible de llevar a la pantalla.

Cada una a su manera, estas cintas rescatan la figura imprescindible de los escritores de cine, responsables de los grandes éxitos del Hollywood clásico tanto o más que los propios directores, pero olvidados a la hora de recibir los elogios de la crítica y el favor del público.

Un guion impecable

Este año celebramos el 50 aniversario de uno de los ejemplos de escritura cinematográfica más perfectos de la historia. El golpe supone el reencuentro de los actores Paul Newman y Robert Redford con el director George Roy Hill tras el éxito de Dos hombres y un destino. Esta popular historia de timadores y gánsteres, ambientada en el Chicago de los años 30 y narrada a ritmo de rag, recibió 7 premios Oscar, incluido el de mejor película. Una de las estatuillas fue a parar a manos de David S. Ward, por aquel entonces un guionista de tan solo 25 años, que consiguió un libreto de hierro lleno de giros impredecibles capaces de dejar boquiabierto al espectador más curtido.

Es poco probable que el cine nos regale otra obra maestra como El golpe. Por el momento, nos conformaremos con que la huelga llegue a su fin y Hollywood retome la actividad. Como una especie en vías de extinción, hoy más que nunca es urgente que salvemos al guionista… aunque solo sea para saber cómo diablos termina Stranger Things.

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