En Luces de bohemia, el anciano poeta Max Estrella llega a la conclusión de que “el sentido trágico de la vida española solo puede darse con una estética sistemáticamente deformada”. De un plumazo, su autor, Valle-Inclán, establece las bases de un género literario totalmente revolucionario, transforma “con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas” y da a luz el Esperpento. Los límites entre comedia y tragedia se difuminan, y lo grotesco pasa a ser una herramienta válida con la que enfrentarse al reflejo de la realidad española.
Luis García Berlanga, alumno aventajado de Valle-Inclán, pero también devoto fiel del sainete de Arniches o del neorrealismo italiano, se sirvió de los presupuestos estéticos del esperpento (junto a grandes dosis de humor negro e, incluso, escatológico) para distorsionar ese mundo costumbrista y mostrarnos la triste realidad de nuestro país. En títulos como La escopeta nacional y sus secuelas, Patrimonio nacional y Nacional III, Berlanga y el guionista Rafael Azcona llevan el invento valleinclaniano al extremo; mezclan la sátira mordaz con el espectáculo granguiñolesco y crean una farsa sobre las altas esferas y la clase política española durante el postfranquismo y los primeros años de la democracia.
Berlanga y Bardem en pantalla grande
No hacen falta excusas para celebrar el arte de Berlanga, pero no todos los días se presenta la oportunidad de disfrutar de una de sus obras maestras en pantalla grande. Para acompañar la publicación del último número de la revista Cabiria, cuadernos turolenses de cine, la sala Maravillas proyecta el próximo jueves 24, a las 19:30 horas, la ópera prima que el cineasta valenciano dirigió junto a Juan Antonio Bardem en 1951, Esa pareja feliz. Una película que marca un antes y un después en la historia del cine español; bajo su apariencia de comedia amable y costumbrista, sus creadores se atrevieron a introducir, por vez primera, una velada crítica al franquismo y al cine acartonado imperante hasta la fecha. La censura despachó la película de malas maneras y dijo que su argumento “olía a cocido”. Con el tiempo, el cine berlanguiano ha demostrado ser más mediterráneo y “paellero”, y la perspectiva de un sinfín de plataformas repletas de comida rápida hace que el aroma de un puchero cocinado a fuego lento se nos antoje como un manjar imposible de rechazar. En la actualidad, la crítica coincide en señalar que el primer film de Berlanga y Bardem supone la entrada a un nuevo cine español por la puerta grande. Un cine con ambiciones artísticas que, al mismo tiempo, no da la espalda a la realidad del país.
Esa pareja feliz es la película de unos devotos apasionados del séptimo arte. Sus directores se erigen como precursores de una especie de nouvelle vague, más soft y menos furiosa que la de Truffaut y Godard, alimentada con el talento cómico de Preston Sturges (sobre todo, Navidades en julio), el neorrealismo de Zavattini, el clasicismo del Hollywood dorado (las imágenes de Tú y yo de Leo McCarey que ven los protagonistas) o la fábula de tintes caprianos que supone su maravilloso final.
Con el paso de los años y ya en solitario, Berlanga consiguió dar forma a un universo propio, libérrimo y ajeno a las modas. Un estilo inconfundible que va más allá de sus extensos y maravillosos repartos corales, los guiones con mordiente o sus interminables planos secuencia coreografiados al milímetro. Hoy en día, obras maestras incontestables como Bienvenido Mr. Marshall, Calabuch, Plácido o El verdugo son, no solo el mejor de los cocidos posibles, sino todo un menú de estrella Michelín que pide a gritos ser regado con litros y litros de Agua de Valencia.