Con frecuencia, los villanos del cine y la literatura resultan más fascinantes que los propios héroes. Suelen ser el verdadero motor del relato y, en la mayoría de los casos, su conducta responde a una proyección de nuestros deseos y miedos más ocultos. La creadora de Frankenstein, Mary Shelley, tenía predilección por las historias de villanos porque, según ella, “los monstruos no nacen, son creados. No surgen del vacío ni de la oscuridad por sí mismos, sino que son moldeados por las circunstancias, por las heridas del mundo que los rodea. En ellos se refleja lo más profundo del dolor humano, el rechazo, la soledad, la incomprensión”. Tal vez esta sea la razón por la que, en los últimos años, abundan las ficciones centradas en personajes oscuros y poco amables. Títulos como Joker, Hannibal e, incluso, Cobra Kai convierten al antihéroe en la estrella de la función, pero al mismo tiempo, evidencian la sequía de ideas y el agotamiento de un Hollywood obsesionado en producir secuelas y franquicias sin descanso.
El pingüino (disponible en MAX) es un spin-off del film The Batman (2022) dirigido por Matt Reeves, centrado en uno de los populares archienemigos del caballero oscuro. El actor Colin Farrell, irreconocible bajo el maquillaje, recupera su papel en la película y encabeza el reparto de la que está llamada a ser una de las series del año. Un ambicioso híbrido entre El precio del poder, Uno de los nuestros y Los Soprano, más afín a los clásicos del cine de gánsteres que a las viñetas del cómic DC. Farrell se aleja de cualquier comparación posible con las anteriores recreaciones del personaje; ni Burgess Meredith en la serie de Batman de los 60, ni Danny DeVito en la versión de Tim Burton. El actor irlandés aporta un realismo salvaje al pingüino que debe mucho a Tony Soprano, pero que a un servidor se le antoja un cruce bizarro entre Manuel Fraga y las parodias de Jesús Gil que hacía Alfonso Arús en los 90.
El villano es la estrella
La serie arranca tras de los acontecimientos narrados en The Batman. El justiciero ha conseguido detener a Enigma, pero no ha evitado que sus planes se lleven a cabo; en consecuencia, la presa que rodea Gotham revienta y la ciudad entera queda asolada por la gran inundación. Oswald Oz Cobb (Colin Farrell) es un tipo feo, tullido y sumamente inteligente que intentará ocupar el vacío de poder dejado por la muerte del mafioso Carmine Falcone. En su camino se cruzarán los hijos del capo, Alberto —al que liquida en el prólogo del primer capítulo— y Sofia (Cristin Milioti), que acaba de regresar del sanatorio de Arkham en el que ha permanecido encerrada acusada de asesinato. Para lograr sus propósitos, Oz no dudará en jugar a dos bandas y estrechar vínculos con una familia rival, Los Maroni, para hacerse con el control de Gotham. A su lado contará con la ayuda de Víctor (Rhenzy Feliz), un adolescente sin familia al que, en un alarde de compasión —y a fuerza de pistola—, decide tomar bajo su protección y convertirlo en su ayudante. Aviso a navegantes: que nadie espere la aparición estelar del famoso hombre murciélago; esta es la historia de un tipo ambicioso y mezquino, marcado por una madre autoritaria, que deja un rastro de violencia y muerte con cada uno de sus bamboleantes pasos.
Alfred Hitchcock, padre del Norman Bates de Psicosis, estaba convencido de que una película valía lo que su villano. En esta ocasión no tengo dudas al respecto, son ocho capítulos brillantes protagonizados por un Colin Farrell insuperable. Con este malvado pingüino en pantalla, ¿quién echa de menos a Batman?