Los últimos días de junio siempre son, para mí, el final del año en el exilio universitario y el inicio del paréntesis estival en Teruel, la que es y siempre será mi ciudad. Estos días no dejo de pensar en los muchos jóvenes, que, al igual que yo en su momento, se disponen a pasar “el verano de sus vidas” al cumplir 18 años.
Después, la mayoría de estos turolenses se marcharán a estudiar fuera y cuando la nostalgia del hogar aparezca entre las calles de una ciudad que todavía será extraña para ellos, recordarán ese verano en el que juraron y perjuraron que todos y cada uno de los rincones de Teruel estarían grabados en su piel y que los momentos vividos en ellos serían su mayor tesoro. De mi grupo de amigas, solo tres -de nueve que somos- se quedaron a estudiar en Teruel.
Las demás nos repartimos por Madrid, Castellón, y Valencia, en su mayoría. El día que nos fuimos, nos prometimos que nos veríamos, al menos, una vez al mes; pero esta promesa se fue alargando y al cabo de los años, el juramento se ha convertido en intentar verse, al menos, una vez cada tres meses.
Cuando volvíamos a casa en junio, todo seguía en el mismo sitio, era el mismo lugar, el mismo ambiente… pero la sensación no era la misma que otros años. Las que habíamos cambiado eramos nosotras. Este sentimiento desaparecía cuando nos poníamos a preparar la Vaquilla que venía, de pronto parecía como si acabáramos de terminar Selectividad y no hubieramos pasado meses separadas. Una Vaquilla menos es un vacío en el recuerdo de los turolenses, ahora junio se ha convertido en el mes de “¿te acuerdas cuándo...?”, vivimos rememorando los días en los que un abrazo no suponía una amenaza.
Tal es la nostalgia de esos años, que incluso nos emocionamos con la renovación del Museo de la Vaquilla. Como un álbum familiar, revive todos los sentimientos que ha vivido cualquier turolense en años anteriores, con la esperanza de que pronto podamos añadir más fotos en él.
Hace poco más de un año, cuando teníamos que estar en casa, manteníamos la ilusión situando de nuevo el viernes de Vaquillas como el día en el que recuperaríamos todo el tiempo perdido. No fue así. Ya es el segundo año que vivimos junio con el corazón vacío y el alma picada de recuerdos. Esta fiesta se le mete a uno en la piel y le roba el alma sin que se de cuenta.