Cuando en la barra de un bar nos quejábamos de que no nos hacían gracia los chistes machistas, nos llamaron exageradas. Cuando en el colegio, los balones de fútbol nunca llegaban a ser tocados por las niñas, era “lo normal” y cuando los niños se reían de otros compañeros por “correr como una chica”, eran “cosas de la edad”.
Luego, como todo en la vida, esto se trasladó a la calle y cuando las mujeres dijimos basta a los piropos indeseados en la calle, nos volvieron a llamar exageradas. En el Congreso, una mujer se atrevió a decir que no lo éramos y que el problema no era nuestro, sino de aquellos que piensan que tenemos que soportar sus groserías calladas y sumisas. Esa mujer, Irene Montero, fue insultada, acosada y, finalmente, apartada.
Ahora nos encontramos con que somos campeonas del mundo en fútbol y las 23 mujeres que lo consiguieron no han podido disfrutar de su victoria porque a Luis Rubiales le enseñaron que las mujeres “somos unas exageradas”.
¿Y qué tenemos? Una mujer que ha sufrido una agresión sexual en el que debería haber sido el momento más feliz de su vida y a un hombre que dice que “solo fue un piquito”.
Ojalá alguien le explicara que el “piquito” ya no importa, que le dijeran que una mujer ha tenido que estar semanas escondiéndose, porque le señalan por haber ido a tomar algo o salir a dar un paseo y soltar una sonrisa. Todo un delito, sin duda.
Quizás debería haberse quedado en su casa llorando o haber mostrado públicamente los traumas que toda esta situación le debe estar causando, pero entonces, ella sería, una vez más, una exagerada.
Jennifer Hermoso está llevando esta situación como puede. No hay una manera adecuada de superar una agresión sexual, quizás, lo adecuado, sería no agredir a una mujer. El foco vuelve a estar en la víctima, en la vulnerable y en la única persona que no tuvo capacidad de decisión en esta situación. Ojalá alguien le diga a su agresor que el piquito ya no importa y que cuando él se vaya, por desgracia, aún quedarán muchos Rubiales.