No me gusta que los asesinos aparezcan en los titulares de los medios de comunicación con un apodo. Todo tiene un nombre y un apellido, por muy doloroso que sea, y el denominarlo explícitamente es, justamente, la manera más liviana de entender la realidad. Por eso, no me gustan los anglicismos, ni que se disfrace la precariedad de la nueva moda juvenil.
George Orwell ya estudió la importancia del lenguaje en su novela ‘1984’ y resulta imposible no crear paralelismos entre su obra y la realidad de hoy en día. Y no, no me refiero a que vivamos en un régimen totalitario ni voy a darle la razón a los que piensan que Pablo Iglesias instaló a su paso por el Gobierno una dictadura bolivariana.
El régimen del que hablaba Orwell era un sistema en contra de la realidad, su objetivo era erradicar las palabras que revelaban la debilidad del sistema y oprimir así las ideas y sentimientos que llevaban consigo.
El lenguaje es una de las armas más potentes del ser humano y son los medios de comunicación los que hacen uso de este revolver para cambiar la sociedad. Los periódicos llenan páginas hablando del “Stooping”, del “Job Hooper”, el “Coliving”... palabras que son, en verdad, un maquillaje para intentar iluminar la pobreza.
Hablar del “Stooping” es querer vender a la gente que no tener dinero para comprar muebles y tener que recogerlos de la basura es la nueva moda para el público transgresor e independiente. Tratan el “Job Hopper” como el milagro para los jóvenes intrépidos que no quieren encasillarse en un puesto de trabajo, cuando en realidad, se trata de la aceptación de que las nuevas generaciones lo más cerca que estarán de la estabilidad laboral es cuando oigan hablar a sus padres de ello. O incluso juegan con el “Coliving”, que no es otra traducción que el hecho de que tengas que compartir piso con veinte personas más porque para comprar tu propia vivienda ahora mismo uno tiene que dedicar una media de ocho años de sueldo íntegro.
Las tiranías intentan hacer imposible entender el mundo real y buscan sustituirlo con fantasmas y mentiras. No hay que hacer caso a los vendedores de teorías baratas ni a los que intentan erradicar, léxicamente hablando, la pobreza y el desamparo, pero sí hay que exigir que se dibuje una realidad para todos aquellos que viven en esta situación. Que no se les trate como si fueran una tendencia de Instagram.