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Los cuidados Los cuidados
Exposición Morir y Renacer, de Ana Álvarez-Errecalde, en el Museo de Teruel

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N.A.

Cuando era pequeña, si me enfadaba con alguien, cerraba los ojos, me tapaba los oídos y ese alguien desaparecía. Lástima que, cuando eres mayor, cerrar los ojos puede ser la primera señal de confesarse idiota. El pasado viernes inauguraron en el Museo Provincial de Teruel la exposición de Ana Álvarez-Errecalde, Morir y Renacer, una muestra que dedica parte de su obra a los cuidadores de personas dependientes y a la dignidad de estas últimas.

La artista exhibe imágenes de ancianos, niños con algún tipo de discapacidad, adultos que necesitan del cuidado de una persona… Las fotografías no son bonitas, son reales, no relajan, sino que te sacuden; no te transportan a un lugar idílico, sino que te empujan hasta el piso de tu vecina de enfrente que cuida a su padre, hasta la profesora que guía la silla de ruedas de un niño por el recreo para que el pequeño no se sienta solo y hasta la madre que cuida de su hijo al nacer. Y hablo en femenino porque sí que hay hombres que cuidan de personas dependientes -lo recalco antes de que nadie me muerda-, pero la mayoría fueron y siguen siendo, mujeres.

Las mujeres, a medida que crecemos, descubrimos nuestro sambenito: tenemos que cuidar. Cuidar de los niños, de la casa, de nuestros mayores, de la limpieza del portal, de personas dependientes… y por último y si queda tiempo, de nosotras mismas. La mayoría de las veces lo hacemos porque queremos, porque surge de nuestro interior hacerlo voluntariamente y también ante el sentimiento de deber que, disimuladamente, nos marca la sociedad. Sin embargo, como dijo Betty Friedan en su intento de romper la mística de la feminidad, "ninguna mujer ha tenido un orgasmo abrillantando el suelo de la cocina".

Que queramos desempeñar esta labor no significa que no sea un trabajo frustrante que merma la calidad de vida de una persona. Esta carga es demasiado pesada para que se sustente únicamente sobre los hombros de las mujeres. Me niego a romantizar una realidad que debería estar ya, no en el foco de toda política de conciliación, sino en la mente de todos aquellos que relacionan la condición de ser mujer con los cuidados. Esto es lo que ahí y aquí el arte también debe tener el poder de despertarnos.

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