Vuelve el ruido, que no el escándalo. Ahora que parece que la vieja normalidad por fin llega a nuestra estación, las citas presenciales regresan a una sociedad que pide a gritos contacto y cercanía. Ha vuelto la Feria del Libro a Madrid y se encuentra de nuevo a un paso entre el bullicio frenético de Atocha y la falsa tranquilidad del Parque de El Retiro. La última vez que fui, en junio de 2019, llegabas y entrabas. Ahora, en 2021, llegas, esperas, entras y vuelves a esperar. Acceder al recinto de las librerías puede costar incluso más de una hora y a mitad de trayecto entre la nada y la entrada, una ya no sabe si está en la Feria del Libro o en la cola para Disneyland. En un momento de reflexión en la interminable fila, mi acompañante dice, segura de sí misma: Esto en Teruel seguro que no pasa.
Estos meses no solo hemos echado de menos el contacto humano, también el de las hojas de los libros, el del relieve de las letras y el de las repisas de las librerías.
Siempre recordaré la primera vez que vi La La Land en el cine Maravillas, sin embargo, probablemente la semana que viene ya habré olvidado la película que vi el sábado en Netflix.
Por eso, también recuerdo en qué momento, en qué ciudad y en qué librería compré cada una de las obras de mi estantería.
El contexto es esencial para que te guste el libro con el que compartirás un tiempo de tu vida. Lástima que ahora esta Feria sea una sucesión de firmas impersonales en la que intentas abrirte paso entre cientos de turistas.
En la Feria Pre-covid, una escritora de Los Desayunos del Ritz, me cambió el nombre y grabó sobre mi libro: ‘Para Julia, con cariño’.
No he vuelto a abrir esa obra desde entonces. En la Feria de 2021, estaba Javier Sierra en la caseta 300. No solo firmaba, también tenía interés por ver qué rostro había detrás de sus números de ventas.
Se acordaba de cuando nos vimos en DIARIO DE TERUEL este pasado agosto. Le enseño a mi acompañante la dedicatoria que me había escrito sobre El Mensaje de Pandora: “A ti, Nuria, porque sabes que en la letra pequeña y en las viejas cartas se esconden las grandes historias”.
Esto solo pasa con los de Teruel, le digo.