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Animalicos y animalistas

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Víctor Guiu

Tardé un buen rato en explicar a aquellos muchachos que en general, en los pueblos, teníamos siempre la costumbre de que, cuando tenías un animal, servía para algo. Quiero decir, que por ejemplo un perro era pastor, guardia… y que abrir los cercados no era muy buena idea. Que todo esto de la compañía y la tontería doméstica es un invento de nuestra rica sociedad occidental. Que no está ni bien ni mal, pero que debíamos compartir espacios y no liarla porque sí.

En esta aventura naif, empalagosa, identitaria e imbécil en la que hemos convertido a la sociedad postmoderna occidental, caben opiniones y creencias de lo más estúpidas y descabelladas.

Una que me hace especial gracia es el animalismo, que hace de su capa un sayo y, recordando a ese señor con bigote que protegía las mascotas pero mataba a cualquiera por ser maricón o judío, inflaman sus proclamas con una rabia casi ancestral.

Liberan especies alóctonas, consideran a los del pueblo peligrosos terroristas que, entre carajillo y carajillo, colgamos galgos de los árboles por diversión y sadismo. Liberan perros o ganado en el monte con el consiguiente perjuicio para el ganadero. Operan con una machacona superioridad moral e intelectual llamando asesino a cualquiera que no piense como ellos. Y ojito con comer carne o disfrazarse del Capitán Pescanova.

Hijos de ese fascismo inerte que vive en sus cerebros, dedican su tiempo libre a colonias felinas, santuarios para vacas libres o cualquier gilipollez similar. Pero, ay de nosotros, dicha estupidez anida en ciertas instituciones que nos legislan. Y creen que por mandar (aunque manden mal) o hacer leyes tienen razón. Y mientras, le dan un abrazo a su galgo con vestidito, el mismo galgo que no puede correr ni tres metros en sus pisos.

Reciclan, predican y encienden sus discursos comiendo sano desde sus grandes capitales. Su conocimiento del campo se reduce al senderismo, a una escapada de fin de semana o al libro Teo en la granja. Menudo cuajo que tienen. Te entran ganas, sin acritud, lleno de amor como estoy hoy, de que se metan el pepino de su cena por donde les quepa.

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