Dicen que nadie los ha visto, pero haberlos haylos. Llegan con sus cuadernos llenos de números y sus mochilas plenas de anécdotas y de leyes no escritas. Algunos se dicen vocacionales, otros profesionales, todos hijos de una misma madre, la patria que nos ajusta con sus leyes la doctrina mística del liberalismo que nos hará libres, de las emociones que nos harán felices, de la trampa, de lo que nunca se cuenta.
Los Reyes se reunen en un aula grande. Unos, los más ordenados, no se casan con nadie, llevan sus medias, sus porcentajes, sus bolsillos llenos de caramelos. Otros, los cercanos al poder, dejan huecos en blanco para decidir a última hora y ser siempre los buenos, los compasivos, los estimulantes modelos para con sus pupilos. Muchos, los que fueron ilusos, se acomodan y describen el momento como algo pasajero, para confundirse luego con el resto y que la culpa cristiana se disipe cual azucarillo en carajillo caliente. Pocos, muy pocos, acabarán echándose las manos a la cabeza.
Desconfíen de las notas de sus hijos cuando vean demasiados cincos y, por supuesto, duden del dogma del cuatro. Fulano sube dos puntos a todos para no catear a más de la cuenta. A mengano el 4,2 le vale madre. En uno y otro caso deberán de saber que los porcentajes de las pruebas objetivas, a veces, no llegan ni al 60%. Es decir, su hijo, el de los cincos, es capaz de aprobar asignaturas enteras sin haber aprobado ningún examen en todo el curso, con una media de 3.5 en las pruebas reales. Ponte bien y estate quieto.
Es lo de menos. Gran parte de esta mentira global se sustenta en la facilidad que tiene la administración en fomentarlo hasta límites insospechados. Cualquier nueva ley multiplicará los casos hasta el infinito. Los padres deberían saberlo, pero el yoísmo se ha instalado en la sociedad. Mi hijo, mi hijo, solo por mi hijo.
Y todo está sujeto a empeorar. Si aprueba y no repite mejor; leer, escribir y saberse las tablas es lo de menos. 4º: pasa con tres, más las tres que le han aprobado. En un mundo real serían seis y no acabaría ni la ESO. Da igual, mi zagal pasa. Y así la culpa no es de nadie. Qué decepción. No digas nada, a ver si se entera alguien y lo quiere remediar.