La torre mudéjar de San Pedro no es la más bonita de todas. No puede competir con San Martín o El Salvador, pero yo es a la que más cariño le tengo. Han sido muchos años viviendo a sus pies.
El reloj que hay en la fachada de Oro y Hora, en la plaza del Torico, no tiene nada de especial, aunque sí para mi, que lo miraba cada día camino de clase en el Juan Espinal.
Y el Torico, que ahora está en la UCI del Museo de Teruel, no tiene ningún valor patrimonial, pero sí un incalculable valor sentimental. Para mi y para todos los turolenses. Se le puede poner precio a una casa modernista de la ciudad, pero no al símbolo de los turolenses, aunque sea de un material modesto como el hierro.
Reconozco que será una Vaquilla diferente cuando pase por la plaza del Torico. Porque lo que hay ahora en lo alto de la columna no es el pequeño toro de hierro que me ha visto crecer.
El de ahora es de bronce, un material mucho más noble que el hierro, y se ha hecho contrarreloj para poder cumplir con la tradición de ponerle el pañuelo. Sí, está muy bien, pero no es lo mismo.
No tardaremos en abrir en esta ciudad el melón sobre lo que debe presidir nuestra plaza. Unos apostarán por mantener la réplica de bronce y otros pedirán que vuelva el original.
Nadie me preguntará mi opinión, aunque yo lo tengo claro: el Torico de Teruel, el original, el de hierro, el que preside nuestra plaza desde hace décadas, el que está ahora esperando ser reparado en el Museo Provincial, debe volver a ser nuestra referencia.
El Torico modesto, ante el que hemos llorado, reído y celebrado, al que han besado los turolenses que han tenido el privilegio de estar a su lado, tiene que volver. No tengo nada contra el de bronce, por supuesto, pero el de verdad es el que ahora no está. Mañana volveré a emocionarme cuando se le ponga el pañuelo a la réplica, igual que el lunes cuando se le retire, aunque eso no es incompatible con querer que el viejo toro curtido en mil batallas, nunca mejor dicho, vuelva donde se merece.