Tenía la sospecha y ahora tengo la certeza. El uso de la tecnología, que iba paso a paso y ahora da zancadas por culpa de la pandemia, está dejando fuera de juego a la parte más vulnerable de la sociedad: las personas mayores.
Descargarse aplicaciones, rellenar formularios en páginas web, obtener claves pin o solicitar autorizaciones ‘on line’ para poder volar a un país extranjero es el pan nuestro de cada día, pero una barrera a veces infranqueable para algunos colectivos.
No es cuestión de ser más o menos ducho, más o menos espabilado o estar más o menos formado. Andoni Alonso, catedrático de filosofía en la Universidad Carlos III de Madrid, lo explicaba muy bien en una entrevista en El País: “Hablamos de las obsolescencias de la mente y de nuestras capacidades técnicas. Lo que nadie se plantea es que terminará afectándonos a todos. Parece que impera el pensamiento de que no habrá problemas de digitalización cuando los mayores se mueran. Y no va a ser así”.
Deberíamos darle una vuelta a esta reflexión. Las personas que hoy sufren la digitalización salvaje de la sociedad seremos, dentro de unos años, los que todavía nos sabemos apañar.
Lo que hoy nos parece sencillo, lógico y un avance que nos ahorra tiempo, se convertirá mañana en una enorme barrera que no podremos franquear por culpa de esa obsolescencia de la mente.
Vivimos en una sociedad reglada y regularizada y no estaría de más que ese afán regulador se ocupara de este asunto. Que las administraciones dieran ejemplo y que las empresas, muchas de las cuales cacarean su compromiso con la Responsabilidad Social Corporativa, se comprometieran con la gente más vulnerable a la hora de hacer trámites.
Hacer trámites por internet, tenerlo todo en la nube o usar nuestro teléfono para cualquier gestión está muy bien, pero no olvidemos a las personas que todavía necesitan -y merecen- una atención cara a cara y un servicio presencial.
Y ya, de paso, podríamos aprovechar para poner coto a las empresas que usan esos trámites on line para intentar sablear al cliente si uno se descuida y acaba dando click donde no debe. Sería lo suyo.
Descargarse aplicaciones, rellenar formularios en páginas web, obtener claves pin o solicitar autorizaciones ‘on line’ para poder volar a un país extranjero es el pan nuestro de cada día, pero una barrera a veces infranqueable para algunos colectivos.
No es cuestión de ser más o menos ducho, más o menos espabilado o estar más o menos formado. Andoni Alonso, catedrático de filosofía en la Universidad Carlos III de Madrid, lo explicaba muy bien en una entrevista en El País: “Hablamos de las obsolescencias de la mente y de nuestras capacidades técnicas. Lo que nadie se plantea es que terminará afectándonos a todos. Parece que impera el pensamiento de que no habrá problemas de digitalización cuando los mayores se mueran. Y no va a ser así”.
Deberíamos darle una vuelta a esta reflexión. Las personas que hoy sufren la digitalización salvaje de la sociedad seremos, dentro de unos años, los que todavía nos sabemos apañar.
Lo que hoy nos parece sencillo, lógico y un avance que nos ahorra tiempo, se convertirá mañana en una enorme barrera que no podremos franquear por culpa de esa obsolescencia de la mente.
Vivimos en una sociedad reglada y regularizada y no estaría de más que ese afán regulador se ocupara de este asunto. Que las administraciones dieran ejemplo y que las empresas, muchas de las cuales cacarean su compromiso con la Responsabilidad Social Corporativa, se comprometieran con la gente más vulnerable a la hora de hacer trámites.
Hacer trámites por internet, tenerlo todo en la nube o usar nuestro teléfono para cualquier gestión está muy bien, pero no olvidemos a las personas que todavía necesitan -y merecen- una atención cara a cara y un servicio presencial.
Y ya, de paso, podríamos aprovechar para poner coto a las empresas que usan esos trámites on line para intentar sablear al cliente si uno se descuida y acaba dando click donde no debe. Sería lo suyo.