Si eres de Teruel y viste en directo la muerte de Chanquete, te tienes que acordar del Plata. Era un pequeño bar al principio de la calle Los Amantes entrando desde la plaza del Torico. No tenía Estrella Michelín, ni manteles de hilo, ni copas de cristal caro. Era un bar de los de antes, con mesas de formica y una larga barra que quedaba entrando a la derecha.
Alfredo servía y María José estaba en la cocina y, justo enfrente, mi madre y mi tía tenían una tienda que vendía juguetes, cosas de ferretería y material de caza y pesca.
El Plata era como de la familia. Como la tienda de Deportes Lanzuela, la zapatería El Bolo, la joyería de Tena o la pastelería de Muñoz. Conocíamos a sus dueños y ellos nos conocían a nosotros. Allí entrábamos como Pedro por su casa.
El día 5 de enero, como siempre me pasa, me volví a acordar del Plata. Cada año, esa noche, cuando mis padres y mis tíos terminaban de vender juguetes, la jornada se remataba en el bar. La tradición era ir toda la familia y cenar de bocadillo, algo que, por lo menos yo, esperaba con la misma ilusión que la llegada de los Reyes Magos.
Pero un año sufrí un disgusto que hoy todavía recuerdo como si me hubiera pasado hace quince minutos. Esa fatídica noche aposté por un bocata de atún. Ahora pienso que era idiota, con las cosas tan buenas que hacían en ese negocio.
Bueno, pues el caso es que María José me hizo un bocata de atún...a la plancha. Yo había imaginado un buen trozo de pan repleto de atún calvo y, en cambio, me sirvió el atún de verdad.
Me debió de ver la cara de decepción porque rápidamente me dijo que me lo cambiaba si no me apetecía. Y sí, hubo cambio. Me puso un bocadillo con atún de lata, que era lo que yo quería.
Ya se que la anécdota no es muy interesante, pero siempre la recuerdo por estas fechas. Porque esta vida está llena de recuerdos -importantes o fútiles- que se marcan a fuego como ese pedazo de atún que pasó por la plancha y acabó despreciado por un renacuajo que prefirió una lata de Calvo.