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El castillo del iluminao El castillo del iluminao
Juan Joaquín Marques. Maestro Jubilado, aficionado al mundo de la imagen desde muy joven, como docente y fotógrafo aficionado. Ha presentado su obra en exposiciones individuales y colectivas, es miembro de la Sociedad Fotográfica Turolense desde 2009

El castillo del iluminao

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Elena Gómez
Por Elena Gómez *
 

No hacía día para paseos, pero Elisa ya se había hecho el ánimo. Se asomó por la ventana de la casa de sus abuelos mientras se deleitaba con un café, cargado y bien caliente, y vislumbró a duras penas la silueta del castillo bajo la espesa niebla que aquella mañana se había posado sobre el valle. Entre la bruma, apenas se veía la cruz en lo alto de la colina y el tendido eléctrico a lo largo de los cerros circundantes, un paisaje que le causaba cierta perplejidad, ya que pasado y presente eran capaces de convivir de forma natural, como dos buenos compañeros que se dan lo mejor de cada uno, conscientes del valor que tiene el otro para la propia supervivencia.

Se abrigó bien con su equipo de trekking y salió por la puerta, recibiendo una bofetada de humedad en la cara. Caminó a buen ritmo para combatir el frío, pero atenta a cada detalle o cambio acontecido desde su última visita. Algunas ventanas estaban adornadas para recibir, como marcaba la moda, a la noche más mágica y misteriosa del año. No era una fiesta que le gustara mucho, por eso solía aprovechar ese puente para escapar del bullicio de la ciudad y de las hordas de críos disfrazados y enloquecidos por los dulces, que nunca entenderían el sentido de esta celebración. En el pueblo quedaban pocos zagales, pero ellos sí conocían las tradiciones y la importancia de cerrar un ciclo para abrir otro, a pesar de poner calabazas y calaveras en sus balcones…

Llegó a los pies del castillo, o lo que quedaba de él, porque ella siempre lo había visto en ruinas y cada vez que volvía lo encontraba en peor estado. Se comentaba que por fin se habían recaudado fondos para su restauración, por eso quería recorrer de nuevo aquel recinto, que no pisaba desde su infancia, antes de que perdiera su esencia. El castillo medieval de origen musulmán tenía mucha historia, de la cual se jactaban los lugareños cuando llegaba alguien de fuera, pero apenas quedaban en pie algunas partes de la muralla defensiva y una cruz que coronaba lo que antaño fue la torre del homenaje. Sin embargo, todos allí lo llamaban el "Castillo del Iluminao", por algo que aconteció mucho antes de que Elisa naciera y que las abuelas seguían contando a sus nietos, con florituras y añadidos, en las heladoras noches de otoño.

Las leyendas sobre las apariciones fantasmales entre sus muros eran muy antiguas, sobre todo la de una niña pálida, vestida de época y con el pelo enmarañado, que asustaba a los paseantes solitarios, llamando con gran desconsuelo a su madre e incitándolos a despeñarse desde lo alto del montículo. Pero no eran más que fábulas que nadie creía porque no se conocía ni un solo caso de suicidio extraño durante el último siglo en aquel lugar. Sin embargo, la historia del "iluminao" era real.

El tío Evaristo "el silencioso" fue ganadero y agricultor, soltero, y famoso por ser muy parco en palabras. Era un hombre solitario que, más que vivir, sobrevivía entre su trabajo y la cantina, dejando la vida pasar sin más ilusiones o inquietudes. Aún así, era muy querido porque, si era preciso, acudía raudo a auxiliar a sus vecinos. Pero un día todo cambió. Una tormenta había tumbado la cruz de la torre y se prestó voluntario para subir a ponerla de nuevo en pie. Cuando volvió de su tarea, el tío Evaristo "el silencioso" traía su gesto demudado y ya nunca más fue el mismo. ¡La he visto! ¡La he visto!, estuvo gritando durante meses, a todas horas y allá donde iba. Su mirada se vació y vagaba por las calles como alma en pena. Dejó de lado sus faenas y, si pudo vivir durante tanto tiempo, fue porque algunos arrimaron el hombro para alimentarlo, a él y a su ganado. Nadie creyó que realmente hubiera visto al fantasma de la nena, sino que todos estaban convencidos de que el aire de la tormenta lo había dejado tonto. Fue así como pasó a ser el tío Evaristo "el iluminao".

En ese estado lamentable vivió hasta el día de su desaparición. Una mañana fría de otoño, durante la víspera de Todos los Santos, Evaristo cambió su matraca por otra: ¡Vienen a buscarme! ¡Vienen a buscarme! Muchos lo vieron, temiéndose lo peor,  encaminarse al castillo mientras repetía aquel soniquete con alaridos que desgarraban el aire. Pero pudo más el miedo que les provocó la imagen del loco, que la misericordia de ir tras él para evitar una tragedia. Nunca más volvió, pero lo más extraño es que no encontraron su cuerpo. Desde entonces, aquellas ruinas pasaron a llamarse el "Castillo del Iluminao".

Elisa comenzó a subir la rampa de acceso a la torre del homenaje, en la que unos modernos paneles informativos explicaban la historia no legendaria de aquel sitio. Estaba leyendo uno de ellos cuando le pareció escuchar un llanto infantil. Sintió un escalofrío, aunque descartó cualquier sensación paranormal, seguro que se había sugestionado con sus pensamientos. Siguió subiendo y en el último recodo antes de llegar a la cruz, le pareció ver a una niña asomarse, como si quisiera jugar al escondite, y la escuchó llamar a su mamá. Elisa paró, respiró profundamente y procuró calmar los nervios. Sabía a ciencia cierta que todo lo que le habían contado eran puros cuentos para asustar a los más pequeños, en la cruz descansaría un rato y volvería a casa para darse un baño caliente y beber una copa de vino. Dentro de un rato estaría riéndose de su imaginación desbordada.

Cuando llegó a lo más alto, miró a su alrededor y no pudo ver ni una sola casa. Las nubes eran más espesas que nunca, por un momento le resultó imposible orientarse y no fue capaz de distinguir lo que tenía bajo sus pies o por encima de su cabeza. De pronto, como salida de la nada, vio una luz muy penetrante frente a ella. Brillaba como el sol, pero con ese celaje habría sido imposible vislumbrar el astro con tanta intensidad. El pánico se apoderó de Elisa, no entendía nada, pero en su cabeza reverberaban con pesadez las palabras del tío Evaristo "el iluminao". Habían ido a buscarla. Supo que no volvería a casa. Y lo peor de todo, nunca encontrarían su cuerpo.

* Escritora, opinadora, podcaster y muy sensible a la realidad social. Autora del libro de relatos Eros y Thanatos (Ed. Libros del Gato Negro, 2020). Publica una columna semanal en el Diario de Teruel, escribe en la revista Cabiria-Cuadernos turolenses de cine y coordina el club de lectura de AECC Teruel. Ha sido miembro de diversos jurados literarios y cinematográficos.

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