Ensoñamiento, sensación de vacío, caminar flotando, busco revivir esa sensación… tengo una fuerte resaca emocional.
Hoy todo pasa a mi lado a cámara rápida, las situaciones van dejando una estela a la que presto atención cuando ya ha desaparecido. Tengo la cabeza en otro sitio, mi mente no ha regresado, me veo desde un tiempo que ya ha pasado y que me niego a abandonar. Me cosquillean todos y cada uno de los momentos que, como un puzzle technicolor, fueron conformando el día de ayer. La magia del celuloide digital hizo mella en mí una vez más.
En un pequeño rincón de la lejana Asturias, desde una periferia muy parecida a la nuestra, todo vuelve a empezar para esta pequeña cantautora que a veces tiembla como una hoja. Todo arranca casi sin darme cuenta. Una brocha llena de polvos roza mis mejillas, un pincel acaricia mis labios y los impregna de carmín, una maleta abierta repleta de ropa. El esfuerzo individual se expulsa, choca y explosiona creando un ambiente mágico en el que las personas que van a compartir conmigo esa experiencia nos sentimos un equipo fuerte.
Todo tiene que salir bien, hay poco tiempo. Un garaje lleno de fotos y discos, varios focos, cámara y acción. La música empieza a sonar y yo la acompaño como si fuese la primera vez que canto esa canción. Varias tomas. Repito y me digo a mi misma: no te equivoques, intenta no romper el rácord, lo vas a hacer genial, tienes que hacerlo genial. Luego toca cambio de vestuario, cambio de peinado, conocer al actor que me acompañará delante de la cámara. Hay mucha presión en mi cabeza por hacerlo bien, no quiero caer en el agujero de las dudas y los miedos; respiro hondo y miro a mi alrededor a ese equipo infalible que me rodea. Todos esperan todo de mí, lo sé, tiene que ser así.
Hay muchas emociones que se agolpan en la boca de mi estómago y me piden salir todas a la vez, pero no tengo tiempo para contárselas a nadie, la gente no tiene tiempo para escucharlas, corren de aquí para allá buscando el plano perfecto, la luz adecuada, el maquillaje sin brillos y, mientras tanto, yo intento contener los latidos de mi corazón que se han ido acelerando y en estos momentos se encuentran en modo carrera desbocada. De nuevo cambio de localización, un parque, atrezo, la cámara que me sigue, nuevos planos y la voz del director diciendo: ¡Grabando y acción! Parada rápida para comer, no podemos perder tiempo para que no se esfume ese ambiente cómplice que se ha conseguido, una alineación de astros en la que resulta que yo soy el astro sol. Aunque me cueste creerlo todo es por mí, no puedo relajarme, tengo que mantenerme arriba, tengo que respirar hondo y embriagarme, ser la historia, ser la canción. Los imprevistos, las prisas, la nube que tapa el sol, el sol que se está marchando.
No sé si aguantaré, las emociones agolpadas que no he podido expresar son ahora una lavadora centrifugando dentro de mí, quiero llorar, saltar, reír, gritar; pero tengo que ceñirme al guión. Asiento con una seguridad que no sé si tengo, la busco y la confirmo, digo que sí y todo para adelante. Ya no hay miedo, ya no hay vergüenza. Sólo queda un plano y se acabó. Todo ha terminado. Nos abrazamos y esa energía que habíamos hecho explotar al inicio de la jornada, vuelve a nuestro interior agotada, rendida y satisfecha. La adrenalina todavía durará unas horas y me impedirá borrar esa sonrisa que me acompañará hasta que me vaya a dormir.
He vuelto a salir de mi zona de confort y me he metido un chute de energía positiva. Para eso sirven los días especiales para libar de ellos frente a la rutina que quema cada día, para beber el néctar que nos hace felices a través del anhelo de los sueños que están por cumplir. Porque para eso sirve la vida, para vivirla, para recorrer el camino y sonreír. ¿Conoces esa sensación? Seguro que sí.