La televisión, ese aparato sin alma que intenta hacernos creer que la verdad está en su interior, se instala a sus anchas en el centro mismo de la casa y hace que la conversación, a veces tan necesaria entre sus miembros, se relegue a un lado de la habitación, esperando su turno para aparecer.
Creo que todavía no somos conscientes de su poder, multitud de imágenes que nos asaltan cada 30 segundos o menos en forma de publicidad, programas que sesgan la información a favor de tal o cual partido político, sesiones interminables de improperios, charlas sin contenido, bufidos y graznidos a granel, por no hablar de las noticias, cuyos mensajes son alarmistas, negativos y mostrando solamente una parte del mundo, aquella que más sufre.
Ya comenté por aquí en otro artículo que desde que vivo en el pueblo veo muy poco la televisión, recuerdo que hace muchos años me sabía la programación de cada una de las cadenas. Ahora estoy en proceso de desintoxicación, así es como lo siento yo, prefiero mirar por la ventana o leer un libro antes que encenderla.
Sé que muchas personas mayores que viven solas la usan como compañía, la encienden cuando se levantan y así permanece muchas horas al día, generalmente eligen programas en directo para sentir que están más acompañados, pues las voces, las conversaciones y los temas que tratan hacen que sientan a los protagonistas como si estuvieran con ellos.
La estética de estos programas está muy cuidada y perfectamente estudiada, los colores, la música relajada cuando están hablando y el cambio de música cuando quieren llamar la atención de los espectadores. Todo está orquestado, todo tiene un guion, aunque parezca que lo están haciendo con naturalidad, hay instrucciones continuas por parte de los responsables del programa. Por eso debemos ser críticos, no dejarnos llevar por lo que nos ofrecen, con su papel de colores envuelto para regalo, porque son estudiosos de la psique humana y saben cómo hacer que nos enganchemos y sigamos consumiendo una y otra vez los mismos productos.
Os hablo hoy de la televisión porque he visto el anuncio de la lotería de navidad de este año, y el primer sentimiento ha sido de rabia, sí rabia, un sentimiento cercano al enfado, pues la televisión pública, que está financiada por todos nosotros, ha elegido las bondades y la solidaridad de un pueblo para crear esa historia de ilusión y magia, donde sus vecinos realizan una cadena de regalos en forma de décimos, para compartir la alegría de pensar que les va a tocar el premio gordo.
Ahora os explico de dónde viene el enfado, me enfada que hayan elegido el marco de un pueblo para crearla porque precisamente están dejando morir las zonas rurales, están dejando de lado los pueblos, sobre todo los más pequeños, desde las administraciones la única premisa que manejan es el ahorro de dinero, y dotar de servicios a algunos pueblos es demasiado caro, por eso los abandonan a su suerte, los dejan de lado, mejor dicho, nos dejan de lado.
Dicen sus creadores que después de la pandemia querían compartir un sueño, “es una historia ilusionante, que pone el foco en los valores humanos”, también en sus propias palabras comentan “nos hemos enfrentado a un contexto difícil, por eso hemos vuelto a las raíces, a la idea de compartir”. Vamos, que nos están diciendo que en los pueblos están las raíces (porque mucha gente se fue de ellos para trabajar en las ciudades) y ante una pandemia lo mejor es ir hacia ellas.
Creo que ahora entenderéis un poco mejor mi enfado, es todo muy idílico, transmite mucho optimismo y valores humanos importantes, pero ya si eso lo creamos artificialmente y de los pueblos verdaderos ya se encargarán sus propios habitantes, que para eso viven ahí.
En fin, todo me dice que si hay que valorar algo debemos ser nosotros los que lo pongamos en valor, las personas que compartimos y vivimos en el entorno rural. Había un lema de la lotería en años anteriores que decía ¿Y si la suerte cae aquí? Y yo he reformulado esta frase diciendo ¿Y si la suerte está aquí? A ver si de una vez por todas se dan cuenta.