La venezolana con orígenes aragoneses Ana María Marín publica una crítica en clave de humor sobre el afán extremo por la organización
“Nos hemos obsesionado por llenar de cosas todo nuestro tiempo y anotarlo milimétricamente”La gestión del tiempo, su percepción, las paradojas que sugiere y su naturaleza difusa es el hilo argumental de Alegoría al tiempo, una obra coral publicada por Bookia.es por cuatro autoras, que aportan dos relatos breves cada una. Los beneficios obtenidos por su venta serán destinados a la Asociación venezolano-española de Ayuda Humantaria (AVEAH).
Firman los relatos Lluís Montrás Janer, Maria Gabriel Bermúdez Punceles, Garcia María Arjona Bolaños y Ana María Marín Mendoza. Esta última es una arquitecta y profesora universitaria nacida en Venezuela, de padre turolense que emigró en su día a Caracas, y actuamente afincada en Teruel.
Se trata de su ópera prima publicada en el campo de ficción, más allá de artículos científicos sobre arquitectura y sobre docencia, como investigadora y profesora de la Universidad Central de Venezuela.
El primero de los dos textos que publica Marín, Juicio a la asincronía, es prácticamente una novela corta ambientada en Teruel sobre un obseso del tiempo y del orden. El relato, en el que fundamentalmente destaca el humor como género, arranca con una llamada de atención del protagonista, que también es el narrador, sobre la asincronía y retraso con la que las campañas de las iglesias de Teruel capital anuncian las horas. Dos minutos con respecto al horario oficial CET pueden no ir a ningún sitio para alguien normal, pero no para quien, educado en una recta institución religiosa, ha crecido con la obsesión de cumplir estrictamente con todos los horarios estipulados, pulcramente, al segundo.
A partir de ahí el protagonista va desgranando, a través de su día a día, una manía tras otra, muchas de las cuales identificaremos con las nuestras propias o ajenas conocidas, pero que en conjunto resultan un retrato paródico de este primer cuarto de siglo XXI, que también es en parte paródico con respecto a épocas anteriores.
Con metodismo benedictino, nuestro personaje deja constancia escrita de absolutamente todo cuanto hace y acaso piensa; agenda todas sus citas, tareas e impulsos vitales, a los acota cronológicamente sin dejar nada al azar ni la improvisación. Por si fuera poco, guarda respaldo digital de toda la información que genera en cinco, seis, siete nubes virtuales diferentes, con el completo convencimiento de que en caso de explosión nuclear en Silicon Valley, él será el único ser humano en conservar todos sus archivos. Utiliza siempre los mismos blocks de notas, la misma marca de dentífrico, y todo en su vida está ordenado, paralelo, y dispuesto en bellos ángulos de 90º.
¿Bellos? Pues depende. “Ser tan ordenado también tiene sus ventajas, no te creas”, asegura Marín, que como arquitecta veterana -ha sido premiada numerosas veces y recientemente dos de sus edificios han sido incluidos en una Guía de Arquitectura de Caracas- también tiene algún TOC en su recámara personal. “Quieras o no en este mundo tienes que tener una organización mínima de tu tiempo, entre otras cosas porque eso te permite acotar tu tiempo de trabajo, y por tanto tener garantizados momentos de ocio para hacer lo que te gusta”.
No obstante el libro está escrito en clave de crítica irónica. No tanto hacia la actitud del personaje, como a las circunstancias sociales y económicas en las que nos movemos, y que nos conducen a eso o a tener una permanente sensación de naufragio temporal. Es el síndrome de quien no sabe que perder el tiempo puede ser divertido, gratificante e instructivo. “La gente se ha obsesionado tanto en llenar todo su tiempo de cosas y en llevarlo todo milimétricamente apuntado y medido, que está empezando a tener un problema serio: Ya no puede prescindir de ese orden que te esclaviza”, explica Marín Mendoza, que afirma: “Mucha gente joven hoy en día es incapaz de abrir su nevera y hacerse un plato improvisado con lo que hay, como hacían nuestras abuelas. Si te obsesiones con tenerlo todo ordenado y planificado se te olvida hacer las cosas de otro modo, y antes o después te vas a ver obligado a hacerlo”.
No obstante, como profesora universitaria Marín atestigua que el tópico que identifica creatividad y talento con caos, desorden y actitud bohemia ante la vida es por lo general falso. “La gente creativa y talentosa lo es porque tiene un mundo interior muy rico y prolífico; muy lleno de cosas. Y todas esas cosas las tienen bien ordenadas, porque si no sería imposible para ellos trabajar la parte técnica de la creción. Otra cosa es que no suelen ser personas simples, fáciles, y su orden interno puede parecernos un tremendo desorden”.
También es interesante la reflexión que hace Ana María Marín a nivel cultural, ya que ella ha vivido en su Venezuela natal, en Suecia y en España. ¿Es cierto que mediterráneos y caribeños viven más de espaldas al reloj que los nórdicos? Pues sí, en su opinión, aunque el factor originario no es cultural sino geográfico. Su hipótesis es que mediterráneos o caribeños no tenemos que ir todo el día mirando el reloj para saber dónde estamos cronológicamente. Nuestro Sol nos da esa información, que manejamos de forma inconsciente. “Pero en el norte de Suecia, con seis meses de oscuridad, tu reloj natural no funciona, y tienes que estar todo el día mirando el reloj para saber si tienes que comer, dormir o salir a hacer deporte. Allí la gente vive pendiente de mil alarmas que le recuerdan todo lo que tiene que hacer, porque el cuerpo no te da pistas”, asegura. “Yo misma”, recuerda entre bromas, “iba a dar clase a la universidad cuando mi reloj me lo decía. No sabía si era de día o de noche, porque estaba siempre oscuro y mi cuerpo solo reclamaba ir a dormir”.
De hecho la venezolana admite que le “llevaba por la calle de la amargura” esa forma de vivir, esperando siempre a que el reloj indicara que había terminado algo y llegaba el momento de hacer otra cosa. “Estaba siempre triste, y eso que no tenía falta de vitamina D”. La vitamina D se obtiene del Sol y en lugares con poca irradiación es necesario tomar suplementos -en Teruel, por ejemplo, suelen recomendarla durante unos meses a los bebés que nacen en invierno-. En Suecia “hay leyes que obligan a las empresas a tener un Cuarto Blanco, que es una habitación vacía donde hay un tipo de luz que favorece la absorción de la vitamina D, y tienes que pasar dentro al menos 15 minutos al día. Quince minutos en los que te sientes una idiota”.
Doce vírgenes
El otro relato que ha publicado Ana María Marín en Alegoría al tiempo se llama Las 12 vírgenes. También está escrito el clave de crítica, en esta ocasión hacia quienes deciden vivir su vida de forma virtual. “Me divierte mucho, por decirlo así, la obsesión que existe con las redes sociales. Los jóvenes empiezan a preferir vivir su vida de forma virtual, interactuar a través de las pantallas y dar más importancia a la calidad técnica de un vídeo que a lo que se quiere comunicar”.
La historia explora el fenómeno streamer, con doce chicas jóvenes que deciden ser influencers y, al igual que el 95% de los influencers, no tienen absolutamente nada relevante que contar al mundo. “Así que deciden que se van a quedar embarazadas siendo vírgenes, con técnicas in vitro”. Puede parecer exagerado pero en realidad no lo es, comparándolo con casos reales como el de la sudafricana Belle Delphine, que se hizo millonaria vendiendo por internet botes con agua en la que se había bañado, antes de acabar haciendo pornografía y hacerse todavía más millonaria.
Los relatos publicados por Ana María Marín en Alegoría del tiempo son su ópera prima en ficción, aunque la escritura la ha acompañado desde siempre. Siendo niña practicaba natación, “y antes de cada competición subía a la grada para aislarme y concentrarme”, explica. “Yo tengo 63 años y en esos tiempos no existían móviles... el viejo walkman y gracias. Así que yo escribía en una libreta para lograr el estado de concentración que buscaba”.
Proyectos en ciernes
De hecho Marín Mendoza tiene un par de proyectos en ciernes. Uno de ellos tiene que ver la historia de sus tías, en un singular libro en el que relaciona varios días festivos y las comidas que tienen asociadas con cada una de ellas, cada una peculiar a su manera. “Mi tía Violeta, por ejemplo, era una alta ejecutiva en una empresa radicada en Nueva York, y tenía un modo de vida nada usual en una mujer venezolana de la época. Y otra tía mía era una gran revolucionaria, comunista y hippie. Una niña de nueve años como yo percibía de manera muy distinta a estas mujeres, cada una de las cuales me influyó en uno u otro sentido”.
Y otra de las historias que tiene en su haber explora las idas y las venidas de la vida, los recorridos que se cruzan, a veces de forma insólita, con la migración como telón de fondo. Y también se basa en su propia experiencia.
Ana María Marín es venezolana “de nacimiento, de corazón, de vida y de crianza”, pero también es española porque su padre nació en Zaragoza. Su familia tenía una carnicería de carne de caballo en la calle Yagüe de Salas de Teruel, a donde iba a trabajar varias veces al mes para ayudarles.
Tras emigrar a Venezuela, donde nació Ana María Marín, esta trabajó en Suecia entre 2015 y 2018, año en el que se estableció en Teruel, donde ya vivían sus nietos y su hija mayor, casada con un conocido jugador del Pamesa Voleibol Teruel, Tomás Ereu. “Mi padre se ríe y dice que han tenido que pasar 90 años para tener un biznieto turolense... ¿no es una tremenda casualidad?”.
No terminan ahí, sin embargo. La idea de publicar este conjunto de relatos que es Alegoría del tiempo surgió por iniciativa de María Gabriela Bermúdez, responsable del sello Bookia.es, que contó con una serie de autores, entre ellos Ana María Marín.
Bermúdez, que también es venezolana, pensó en Pilar Mengod Escriche como correctora de estilo de la edición. “Pilar vive en Madrid pero es emigrante venezolana de segunda generación. Ella vivió en Venezuela hasta los once años, pero realmente nació en Teruel -como revelan sus apellidos-”. “Y aunque Pilar y yo nos conocíamos”, prosigue su relato, “ella sí conoce a mi padre, con quien ha coincidido un montón de veces en las reuniones que hacen en el Centro Aragónes de Caracas”. “Yo a esas cosas las llamo casualidades significativas”, explica la escritora. “El mundo te pone en un lugar al que se supone que no perteneces, y poco a poco te revela que, de algún modo, sí que estás en tu lugar”.
Sobre este tipo de casualidades y de historias de ida y vuelta quiere escribir Marín, porque, en su opinión, generan una serie de reflexiones muy interesantes y que definen parte de lo que es el ser humano. Sin ir más lejos, el de la identidad. “Regresar al lugar de donde proceden tus padres pero que no conocías es algo muy peculiar”, explica. “Pese a vivir en Venezuela, siempre he escuchado a mi padre terminar las palabras en ico, y mi abuela era vasca y cocinaba muy bien, así que los calamares en su tinta también forman parte de mi niñez, no solo las arepas. Entonces viajar a España y descubrir que aquí están los sabores y los sonidos de mi infancia, siendo que nunca había estado aquí, es una experiencia extraña y muy rica”.
Ingresos para ayudar a los inmigrantes venezolanos
Todos los beneficios obtenidos por la venta de Alegoría al tiempo (Bookia.es) irán destinados a AVEAH, la Asociación Venezolano-Española de Ayuda Humanitaria. Tiene su sede principal en Málaga y su finalidad es ayudar a todos los venezolanos que llegan a España en situaciones difíciles, sin trabajo o con pocos recursos económicos. “Lo pasan realmente mal”, afirma Ana maía Marín. “Muchos huyen de situaciones muy duras allí, del hambre, de persecuciones políticas o incluso de guerra psicológica por la peligrosidad que se vive en Venezuela”, donde “todo el mundo tiene una historia de asesinato o secuentro en alguien muy cercano a él”.
La arquitecta y escritora denuncia que a ninguno de estos inmigrantes se les considera refugiados, “porque no vienen de una guerra convencional, aunque para muchos allí se está viviendo una auténtica guerra, si bien diferente a lo que entendemos por tal”. Según Marín, eso explica que haya siete millones de desplazados en un país que para su padre, y para millones de españoles y europeos, “siempre fue de acogida”.
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