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La música que  se siente BAJO la piel La música que  se siente BAJO la piel
Alfonso Martín, bajista de la banda Azero, durante un concierto reciente. Alternativa Management

La música que se siente BAJO la piel

Alfonso Martín (Azero) y Héctor Pardo (Kalumnia), dos generaciones de músicos y la misma pasión por el ‘groove’ y las frecuencias graves
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Por Diego Soriano Valero

Imagínese usted paseando por el monte “allá donde no llegan los caminos y donde por fortuna fue a nacer”. Imagínese en su pueblo, en esa “tierra de secano y romero” donde el sol abriga, aunque quizás en exceso en época estival. Por ello, buscar refugio y respiro “a la sombra de una encina” es un quehacer habitual.

Allí, sentado a la fresca, observa la magnificencia del colosal molino que tiene a unos metros de distancia y reflexiona acerca del progreso que con gratitud provee el magnífico homo economicus. Una vez ve reventar un águila contra las aspas del radiante aerogenerador, decide cerrar los ojos y ponerse música para acallar sus instintos quijotescos.

En la huida de su delirio, tiene una epifanía en la que converge allí donde se encuentra y aquello que escucha. Se sumerge más aún en la música y se da cuenta que la batería que percibe representaría el tronco donde está apoyando su cuerpo, la cual marcando el ritmo sirve como una estructura robusta y firme; un eje al que todo está conectado.

Eso le lleva a pensar que la guitarra es como las ramas de la encina, que se extienden hacia el cielo, llenas de vida y movimiento. Estas son más visibles y expresivas, dando forma a la melodía y la armonía y atrayendo las miradas. Pero hay quienes existen específicamente para captar las miradas. La voz es como las hojas de la encina, lo más visible y efímero. Las hojas cambian con las estaciones, se mueven con el viento y captan la luz, creando un espectáculo visual y sonoro. Son la capa más externa, la que interactúa directamente con el mundo.

Imagine ahora que, ahondando aún más en su proceso de introspección, siente algo que no identifica con claridad, algo que dota de vida aquello que escucha y a la encina que le guarece. El bajo serían las raíces de la encina, profundas y ocultas, pero esenciales para que todo lo demás crezca y se mantenga firme. Es lo que sostiene y alimenta la música desde las profundidades, conectando todo con la tierra. Sin las raíces, la encina se caería; sin el bajo, la música perdería su base y su fuerza.

El bajo es ese soporte invisible pero imprescindible, el corazón del humano y el motor de la maquinaria.

En el caso de que aún no sepa de qué le hablo, le pongo en situación. Haga memoria y retrotraigase al último concierto de rock al que asistió. Recordará que un poco más atrás del cantante y los guitarristas estaba la batería, y a uno de sus lados había una persona con una guitarra muy larga y con menos cuerdas de lo habitual. No, no había roto las cuerdas agudas y le había dado pereza reponerlas antes del concierto. Y sí, ese músico que disfrutaba más que el resto era el bajista. Este es el instrumento encargado de servir de pegamento entre todos los elementos musicales, aquel que adhiere melodía, armonía y ritmo. No es fácil de reconocer para oídos desentrenados, pero la próxima vez que vaya a un concierto notará que las frecuencias más graves hacen vibrar su cuerpo. Habitualmente se nota en la zona del pecho o el estómago. Ahí, en aquello que siente pero no escucha con claridad, ha logrado identificar al bajista.

 

Héctor Pardo, bajista de Kalumnia, dejándose la piel sobre el escenario. Alternativa Management

Kalumnia y Azero

Hace algunas semanas la banda de punk Kalumnia, de Valdealgorfa, y los Azero, de La Codoñera, ofrecieron un concierto en el Pub 101 de Teruel. Héctor Pardo y Alfonso Martín son, respectivamente, sus bajistas.

Alfonso tiene 44 años y lleva 28 años tocando y Héctor tiene 17 años y es bajista desde hace solo dos años, ya que empezó a tocar el instrumento solo cuatro meses antes de que se formará su grupo. A pesar de la diferencia generacional y de experiencia, ambos comparten la misma pasión por el bajo, aunque con enfoques distintos.

Alfonso ha visto evolucionar la escena musical de la provincia a lo largo de las décadas, mientras que Héctor representa la energía y la frescura de una nueva generación de músicos que buscan hacerse un hueco en el panorama local.

A pesar de compartir instrumento beben de fuentes muy distintas. Alfonso Martín creció con referentes clásicos como John Entwistle de The Who o Steve Harris de Iron Maiden, músicos que convirtieron el bajo en un pilar fundamental dentro del rock y el heavy metal. Pero su inspiración no se limita a estos géneros; también admira a bajistas de otros estilos, como Pepe Bao de O’Funkillo, cuya versatilidad y groove han dejado huella en su forma de tocar.

Héctor Pardo, en cambio, ha construido su estilo con influencias mucho más recientes y centradas en el punk. Desakato, Malos Vicios y Kortatu son algunas de las bandas que han marcado su manera de entender el instrumento: rápido, agresivo y directo, con líneas de bajo que aportan fuerza y energía a la canción. Sin embargo, uno de sus grandes referentes no es otro que el propio Alfonso Martín. Admirando su trayectoria y su manera de tocar, Héctor ha encontrado en él un modelo a seguir, un espejo en el que reflejarse mientras va forjando su propia identidad musical.

Discreto pero insustituible

Aunque el bajo eléctrico en el rock y el punk no siempre ocupa el centro del escenario ni ofrece grandes despliegues técnicos, su papel es insustituible. Como las raíces de la encina que dan vida y firmeza al árbol, el bajo es la fuerza oculta que sostiene y alimenta la música. En estos estilos, donde la crudeza y la velocidad son protagonistas, el bajo no busca virtuosismos; su misión es crear un cimiento sólido, un pulso constante que permite a las guitarras y a la voz expresarse con libertad. Es, como decíamos al inicio, el latido que no se escucha pero que se siente, el motor que impulsa la energía de cada canción.

El bajo no necesita ser el centro de atención para ser imprescindible. Es, en definitiva, el alma callada que mantiene viva la rebelión, el pegamento que une melodía, armonía y ritmo, y la raíz que permite que todo lo demás florezca. Así, mientras Alfonso sigue siendo un faro para las nuevas generaciones y Héctor empieza a forjar su propio camino, ambos demuestran que el bajo, aunque discreto, es el corazón que late en la sombra, dando vida a la música que nos mueve. Y en Teruel, entre montañas, carreteras que serpentean, romero, aerogeneradores y encinas, ese latido sigue sonando.

 

Héctor Pardo y Alfonso Martín, en la entrada de la Sala 101 de Teruel. D. Soriano

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