Inmediatamente tras la conclusión de la final del Campeonato de Europa sub-21, en el que la selección española cayó por 1-0 ante Inglaterra, el seleccionador español, Santi Denia, reunió a sus jugadores en el centro del campo y les agradeció su esfuerzo, felicitándoles por el torneo realizado, y, a pesar de la amargura momentánea por la derrota, valoró la dificultad del camino para llegar hasta allí. Como ya he referido alguna otra vez en este espacio, valorar el proceso por encima del resultado, algo que, seguramente, no está muy de moda.
La charla del entrenador español terminó con una frase de esas que quedan para el recuerdo: “Cuando os pongan la medalla, no se la quita ni Dios”. En un gesto bastante repetido últimamente, en multitud de finales, los perdedores desprecian la medalla de plata, como queriendo remarcar que el resultado es injusto, o que merecieron el oro. Ese gesto no cabe en mi concepción del deporte, y aunque reconozco que en alguna ocasión me quité una medalla de plata, hoy me siento profundamente avergonzado de mi yo de entonces.
El trabajo que lleva a un deportista o a un equipo a ser subcampeón queda eclipsado por el último día. Parece que, si no ganas, no eres bueno o tu trabajo no sirvió, y nada más lejos de la realidad. En este caso del que hoy hablamos, España quedó por delante de 48 países y solamente por detrás de uno. ¿Alguien puede tildar semejante resultado de fracaso? Pues eso es lo que parecen decir todos aquellos que se quitan la medalla de plata del cuello.
En el libro “Jugar con el corazón”, de Xesco Espar, que ya les he recomendado en una de mis primeras columnas, el exitosísimo entrenador de balonmano explica que, a veces, en los ámbitos altamente competitivos, la excelencia no es suficiente. Si hay un equipo a priori mejor, que rinde a su 100%, lo normal es perder, aunque se dé el máximo. Pasa en multitud de competiciones: carreras, torneos, etc. Si todavía no lo han leído, vuelvo a recomendárselo.
Perico Delgado, el mítico ciclista español, lo resume a la perfección cuando dice que: “En la sociedad actual solo se valora al primero, al ganador. Yo he corrido once Vueltas, y he ganado dos; once Tours, y he ganado uno. En ciclismo somos doscientos y sólo gana uno. Bajo esos parámetros, yo sería un perdedor”.
Asumir la derrota forma parte del proceso de mejora de todo deportista. Solo duelen las derrotas en las que uno no se entrega al máximo. Si lo hizo y perdió, simplemente el rival fue mejor y toca reconocerlo, felicitarle, y al día siguiente ponerse a entrenar para ganarle en la siguiente ocasión, porque la competitividad debe ser una cualidad intrínseca del deportista. Esta lección es especialmente importante cuando los deportistas en cuestión están en etapas de formación, y no olvidemos que, aunque muchos de esos futbolistas son ya jugadores de Primera División, se trataba de la final de un Europeo sub-21.
Así que, en este caso, no queda más que quitarse el sombrero ante la actitud de Santi Denia y de sus futbolistas, y aplaudirles por el nuevo éxito que consiguieron para el deporte español. Que nadie dude que una medalla de plata lo es. Y no se la quita ni Dios.
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