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Los buenos gregarios Los buenos gregarios
EFE/EPA/Angelo Carconi

Los buenos gregarios

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Miguel Rivera

Seguramente, si a cualquier persona le preguntasen por deportes de equipo o deportes colectivos empezaría a recitar: fútbol, baloncesto, voleibol, rugby, waterpolo, hockey o balonmano. Pero muy pocos incluirían el ciclismo en la relación, al considerarlo un deporte individual. Nada más lejos de la realidad.

En uno de los mejores libros con temática deportiva que he leído, su autor, el exciclista británico Charly Wegelius, cuenta su rol de gregario en equipos importantes durante las grandes vueltas, y cómo entendió que su papel en dichas escuadras no era ganar, sino ayudar a sus compañeros a conseguirlo.

Les recomiendo fervientemente Gregario, donde Wegelius, que nunca ganó ninguna carrera profesional, da un testimonio duro de la realidad del ciclismo profesional: los días fuera de casa, los hoteles de aquella manera, los bajos salarios, la incertidumbre laboral de quien no destaca, la sombra del dopaje que todo lo ensucia… el libro es un aprendizaje para cualquiera que viva cerca del deporte profesional.

Acaba de terminar una gris edición del Giro de Italia, la 106ª, con victoria in extremis para Primoz Roglic. El campeón esloveno añade, tras un recital en el penúltimo día, la Corsa Rosa a su palmarés, donde ya figuran tres Vueltas y un segundo puesto en el Tour.

Pero si algo nos ha enseñado este Giro que acaba de concluir, es que para ganar hace falta saber sufrir y, sobre todo, tener un buen equipo alrededor: Roglic, uno de los principales favoritos en la salida de hace tres semanas, pasó solamente dos momentos de dificultad en toda la carrera.

El primero, en la primera etapa exigente de alta montaña, cuando se descolgó en la lucha con los otros dos favoritos, Thomas y Almeida, tras los constantes ataques del segundo.

Donde otro podría haber perdido una minutada, Roglic supo sufrir y agarrarse a la rueda de su fiel escudero, Sepp Kuss, cediendo apenas 25 segundos. Seguramente, sin la ayuda de su gregario americano, el esloveno hubiera perdido mucho tiempo y toda opción en el Giro camino del Monte Bondone.

El segundo momento de dificultad fue en la última etapa, una cronoescalada donde parecía que iba a arrebatar por pocos segundos la maglia rosa a Thomas. A 3 kilómetros de la cima tuvo una avería mecánica que podía haberle privado de cualquier opción. Tras solventarla él mismo, se subió de nuevo a la bicicleta y le metió más tiempo en meta al líder del que llevaba antes de la avería: se sobrepuso a la adversidad como solo saben hacer los grandes campeones. Era puerta grande o enfermería, y abrió la primera de par en par.

La imagen de todo su equipo, el Jumbo Visma, siguiendo los últimos segundos de la cronoescalada en conjunto, sufriendo con la avería mecánica y celebrando como un gol en el minuto 93’ la entrada en meta de Roglic y de Thomas es el argumento definitivo para terminar de incluir el ciclismo entre los deportes de equipo.

Dos días después, fue Almeida quien se descolgó también en la última ascensión del día a Val di Zoldo. Jay Vine, su principal gregario en la montaña, fue quien evitó que la desgracia para el portugués fuese a mayores, pues apenas cedió 21 segundos en meta gracias a seguir la rueda del australiano. Sin él, hubiera perdido toda opción de victoria final e incluso, hubiera puesto en riesgo su plaza final en el podio de Roma.

En otra de las imágenes que quedarán tras este gris Giro, la última etapa sirvió para ver al gran derrotado del día anterior, Geraint Thomas, ayudar a un viejo amigo, excompañero de equipo y leyenda de los sprints, Mark Cavendish, quien se retirará este año, para lograr una victoria memorable en Roma, haciéndole de lanzador.

Como bien reza el proverbio africano: “Si quieres ir rápido, ve solo; si quieres llegar lejos, ve acompañado”. Y yo añado: “y elige bien la compañía”.

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