14 de julio, día de la Fiesta Nacional de Francia. Hoy se conmemora la toma de la Bastilla en 1789, dando inicio a la Revolución Francesa y poniendo punto final al Antiguo Régimen y al poder absolutista y déspota de la monarquía francesa. Fue un hito tan importante que los historiadores fijan en este momento el paso de la Edad Moderna a la Edad Contemporánea.
Les escribo estas líneas desde Montpellier, a donde nos hemos desplazado con la Selección sub-22 para disputar una serie de partidos amistosos contra la Selección del país vecino.
Mañana viajamos de vuelta a España, así que hemos aprovechado la última tarde para dar un paseo por la bonita ciudad occitana y vivir los festejos organizados para celebrar la Fiesta Nacional, descansando un poco de la ajetreada agenda de la semana, saturada de entrenamientos, reuniones técnicas y partidos.
El fin de fiesta ha venido marcado por un precioso espectáculo de música y fuegos artificiales, con el que la ciudad de Montpellier, que será Capital Europea de la Cultura en 2028, ha querido simbolizar la unión de Francia con Europa, a través de varios mensajes leídos por niños y niñas en muchos de los idiomas de la Unión, antes de cada tanda de pirotecnia. Realmente bonito.
Y mientras estaba sentado en el césped del Parque Georges Charpak (físico polaco-francés ganador del Premio Nobel de Física en 1992), donde tuvo lugar el espectáculo, ante miles y miles de montpellerinos, reflexionaba sobre lo bonito e importante que me parecía que una ciudad dedicase el día de la Fiesta Nacional a celebrar la Unión Europea, en lugar de, como es habitual, a enaltecer lo patriótico, lo propio o lo estrictamente nacional.
En un momento en el que están en pleno auge los partidos nacionalistas y ultranacionalistas de toda índole, a las generaciones nacidas bajo el paraguas de la Unión Europea nos toca demostrar que los pilares que la sostienen son suficientemente fuertes y robustos, cimentados por los valores que esta promueve, extraídos del Tratado de Lisboa y de la Carta de los Derechos Fundamentales de la UE, a saber: respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos. Estos pilares deben sostener la Unión ante los ataques de los euroescépticos y nacionalistas.
Durante estos días en Francia, donde en cada edificio público, además de la bandera tricolor (bleu, blanc, rouge) siempre se puede leer el lema oficial de la República, el conocido Liberté, Egalité, Fraternité (Libertad, Igualdad, Fraternidad), nacido precisamente al calor de la Revolución Francesa, pensaba también que el paneuropeísmo debe cimentarse sobre los valores que describía con anterioridad. Estos pueden resumirse, bajo mi punto de vista, en la idea de reforzar lo que nos une y lo que tenemos en común en lugar de lo que nos diferencia.
Construir la Unión Europea es algo mucho más complejo y trascendente que establecer unas instituciones comunitarias y regirnos bajo unas mismas leyes. Debe crecer también, y, sobre todo, bajo un sentimiento paneuropeísta, de solidaridad y fraternidad.
Ya saben que la Unión hace la fuerza, y, unidos, los europeos somos más fuertes.
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