Maltratada por clientes y proxenetas, mimada por clientes de amplia cartera y escasas exigencias o arrastrada por la droga, las deudas y la mala vida. Visto desde fuera, desde la mirada de los que nos autoasignamos una superioridad moral capaz de juzgar a los demás (sobre todo si son más débiles), al final, una puta es una puta.
Por mucho que Julia Roberts quiera (y consiga) de Richard Gere el cuento de hadas y no le sirva el puñado de dólares, Pretty Woman no deja de ser un cuento peliculero en el que la protagonista es, sin paliativos, una puta.
Nos planteamos ahora el dilema de la abolición de la prostitución (no digo yo ni que no ni que sí) cuando creo que estamos tratando el problema desde el lado incorrecto: no habría oferta de putas si no hubiera demanda. O sea, si no hubiera puteros.
Y no me voy al estereotipo torrentero. No hace falta. Teniendo en cuenta el grado de ocultación (y, por tanto, de respuestas falsas) y las encuestas que hablan de que 1 de cada 3 o 4 de cada 10 españoles (aquí la mayoría es abrumadoramente masculina) van de putas podemos deducir que este “servicio” es requerido por casi la mitad de nuestros conciudadanos alguna vez en su vida (algunos con frecuencia reiterada).
Cuando el ligue, la seducción y el flirteo exigen habilidades y dan pereza, es mucho más cómodo “pagar por un polvo” y a casa. Leía no hace mucho que hasta los universitarios (jóvenes con aspiración a tener formación) hacían cuentas y les salía mejor requerir servicios de una profesional que intentar la seducción (cena, copas y conversación mediante) sin tener el éxito asegurado. Porque lo que cuenta, es mojar. Con quien sea y como sea. ¿Quién habló de sentimiento o siquiera afinidad? ¿En qué quedó aquello de la química? ¿Quién dice que no convalida el sexo de pago con el amor convencional?
No voy a entrar en juicios morales. Ni en si el cliente va aseado a su cita, se conforma con un misionero y usa condón o si es un guarro, sádico que exige ir a pelo. Al otro lado siempre hay alguien. Una puta, sí. Una mujer que, lo haya elegido (cuentan que algunas hay) o se haya visto abocada a vender su cuerpo para sobrevivir, es eso: una mujer. Una persona. Nunca una mercancía ni un objeto.