Tengo compañeros de columna más experimentados y con infinita mejor pluma que yo para deportes. Pero este miércoles ha sido como un día de resaca mala (no las hay buenas, pero las hay precedidas por el vago recuerdo de una buena fiesta que bien vale un mal dolor de cabeza). Y la no fiesta (en la semana de las no Vaquillas, no sanfermines) vino esta vez de la mano de una tanda de penaltis.
Así que voy a hablar de fútbol. Como muchos españoles, llevo varios años desconectada del fútbol. La excesiva mercantilización llevó a horarios y ofertas de visionado absurdas que me apartaron de un deporte que cada vez lo parecía menos. Pero llega una fase final y hasta los más escépticos compramos unas cervezas de más para el partido de la selección. Por unas horas nos convertimos en militantes auténticos.
Lo cierto es que la pasión dura lo justo: los “ay, uf, bah, gol” del partido y la euforia o bajonazos posteriores, dependiendo del resultado (y pensar que antes influía en la natalidad…). Después, silencio y olvido. Y ese poquito de desencanto que queda cuando uno pierde en la lotería de los penaltis (¿hay lugar para más lugares comunes que el vocabulario futbolero?) y que llevó a un miércoles en modo resaca.
Con el teletrabajo aún a medio gas, nos faltó ese tercer tiempo que salva cualquier encuentro. La charla postpartido del día después queda diluida en videoconferencia y al final no se puede ni compartir ese poquito de amargura y sinsabor que, dichos en voz alta, nos permiten criticar y compadecernos a un tiempo.
Con esa forma de catarsis castrada solo queda escribir. Contar que la selección toca y toca el balón, pero que, como en un flirteo que nunca pasa a mayores, nunca llega a estar en disposición de remate certero. Aun a puerta vacía se desaprovechan oportunidades que, esto es fútbol, dejan el marcador a cero porque mover bien el balón o tener la posesión (en nuestro símil del tonteo hablaríamos de “manoseo”) no cuentan siquiera como media. O entra o no entra. Y sin balón en la portería no hay gol.
Cierto es que partidos atrás la selección goleó. Pero los dos últimos 1-1 con prórrogas a cero y pena máxima decisiva nos llevan a concluir que, una generación más, a nuestra selección le falta gol. Y queda un año para el mundial.