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Ternura Ternura
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Raquel Fuertes

Uno de los signos inequívocos de que uno se hace mayor es que, primero, atraviesa una etapa en la que todo le produce mucha mala leche y casi todo entra en las categorías de mal, fatal y peor. Tras esa fase de honda madurez (o sea, de convertirse en un triste y gris cascarrabias) puede venir otra en la que todo está bien y venga la risa (“total, esto son dos días y hay que aprovechar antes de que venga la parca en el momento menos pensado”) o pasar, directamente, a una fase absolutamente sensible en la que todo nos produce nostalgia o ternura.

No sé si es muy atrevido por mi parte pensar que estoy ahí, pero el otro día casi se me saltan las lágrimas cuando entrevistaron al abuelico de turno en la nueva ola de vacunaciones en residencias y el buen hombre respondió al periodista: “A ver si nos da algunos años más” (si fuera de Teruel hubiera dicho, sin duda, “añicos”).

Esa ingenuidad, esas ganas de vivir, ese saber aprovechar los últimos sorbos con ilusión me despertó ternura (lo cual me hace sospechar que no estoy tan lejos de él) y también me removió aquello ante lo que siempre luchamos, a sabiendas de que nunca hacemos nada lo suficientemente contundente para conseguirlo: aprovechar el aquí y ahora. Vivir el presente, nuestra única posesión real.

Nos ha tocado vivir una sucesión de crisis que siempre parecen ser la más grave, la definitiva, la que acabará con el mundo tal y como lo conocemos e impactará en nuestras vidas cambiándolas para siempre. Como si la vida alguna vez fuese algo estático, olvidando que es un discurrir en el que suceden cosas que hacen que, por nimias que parezcan, nunca volvamos a ser iguales que ayer (aquello de que nunca nos podemos bañar en el mismo río).

Y buscamos excusas en todo lo ajeno, en las circunstancias, para justificar que nunca es el momento idóneo para nada. Esto debe pasar hasta que llega la edad de la ternura. Es entonces cuando cada instante cobra valor en sí mismo y ya no se admiten demoras para vivir el momento. Porque, aunque no sea el último, puede ser la penúltima oportunidad para disfrutar de lo que sí está en nuestras manos.

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