Cada día paso por la misma esquina alrededor de las 3. Siempre está en la misma mesa, en la misma silla y me llama tanto la atención que no sé si está con la misma gente porque solo la veo a ella. Rubia, melena corta y aire distinguido. Elegante. Una señora.
Por mal que se presente el día, siempre está en esa terraza, con una botella de Perrier con hielo y limón y un Martini blanco en vaso corto, de los de ribeiro.
¿Qué tiene de especial? Nada y todo. Podría ser una señora más de barrio bien que asalta la penúltima (hablar de última es muy atrevido) etapa de la vida con una actitud que para mí quisiera incluso en la antepenúltima.
Rutinas sencillas, una vida organizada alrededor de momentos de conversación y compañía y una distancia desmedida hacia el qué dirán. Porque quizás no está bien tomarse un martini corto cada día en la hora de un aperitivo tardío o de una sobremesa temprana. Pero a ella no le importa. Se le nota.
Ni siquiera sonríe en exceso, pero se la siente satisfecha, segura, a gusto con la vida que se ha construido y que le ha permitido llegar ahí. Seguramente tendrá sus preocupaciones. Los hijos o quizás las citas que guarda en una carpeta azul tamaño cuartilla. Pero tiene su momento ineludible del día en el que tal vez contará el último logro de su nieto, el curso de la última dolencia. Sin embargo, me la imagino más hablando del libro que está leyendo, de las ganas que tiene de volver al teatro o de qué se ha comprado para ir cómoda y elegante en esta inminente temporada de invierno.
Alterna los sorbos de agua con gas y vermú, sin perder el ritmo de la conversación. De verdad, busco en mi memoria si los que están con ella son hombres o mujeres o cuántos son. Pero nunca me fijo. Sé que son dos mesas juntas, así que deben ser al menos cuatro y ni siquiera sé sin son los mismos ni si toman vino blanco, tinto o cerveza.
Solo la veo a ella. Y a su bendita rutina en la que cada día reserva al menos una hora para lo importante: charlar, estar, compartir. Mantener la ilusión por lo cotidiano y convertirlo en el ritual que permite seguir adelante. Y disfrutar. Incluso en los días malos.