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Raquel Fuertes

Ya lo he dicho alguna vez. Mi padre siempre dice que los gitanos no quieren comienzos fáciles para sus hijos. La falta de obstáculos y encontrarse con un terreno allanado no suele favorecer la creatividad ni hacer valorar el esfuerzo o la importancia de conseguir las cosas por uno mismo.

Empezamos año (al menos ha sido en sábado, ¿puede salir mal algo que empieza en sábado?) y después del fracaso de todas las expectativas creadas alrededor de 2021 este año nos pilla desfondados de partida. Ni siquiera parece que nos queda el optimismo propio del buenismo a la hora de hacernos ilusiones y soñar con risas en los siguientes doce capítulos.

Y es normal. El gato escaldado del agua fría huye y ahora convivimos con un pico de contagios que no esperábamos a la vez que intentamos recuperar (sí, con mascarilla) el vivir en medio de esta paradoja de normalidades en la que se ha convertido nuestra existencia. Entre el miedo y el desafío hemos encontrado fantasmas que se cernían como lejanas amenazas (nos intentábamos consolar con el “¿qué más nos puede pasar?, es imposible”) y que hoy se concretan en una inflación desatada y unos costes de producción que no veíamos en décadas. Crisis de suministros, energía, materias primas… Todos queremos gastar a la vez, como si de repente nos hubiéramos dado cuenta de que vida solo hay una y que, con o sin virus, hay que vivirla y sacarla adelante.

Por eso, en este empezar nos falta quizás un poco de ingenuidad y nos sobran miedo y resabio. Cito ahora a mi madre que siempre me ha dicho que solo volvería a los 20 “sabiendo lo que sé ahora” (y eso lo dijo a los 40, 50, 60, 70…). Y sí, ahora sabemos algo más de lo que no debemos hacer y algo hemos aprendido. Pero después de tantos chafones, detrás de tanta decepción nos falta un poco de eso que tienes a los 20 años: empuje, ganas y creer que lo sabes todo y que no hay nada que te quede por experimentar cuando en realidad la vida apenas te ha pasado rozando y te queda quizás lo mejor.

No generemos muchas expectativas alrededor de este enero que se presenta con curvas, picos, colapso y desesperación. Pero no olvidemos que esto apenas acaba de empezar. Démosle una oportunidad a 2022. Para la decepción siempre hay tiempo.

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