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Un grafiti hecho durante la guerra en la iglesia de San Francisco permite a un hijo conocer la historia de su padre Un grafiti hecho durante la guerra en la iglesia de San Francisco permite a un hijo conocer la historia de su padre
Grafiti realizado por Emiliano Navarrete, en una de las paredes de la iglesia de San Francisco de Teruel

Un grafiti hecho durante la guerra en la iglesia de San Francisco permite a un hijo conocer la historia de su padre

Emiliano Navarrete, de Camarena, escribió en el templo a su llegada con las tropas republicanas
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Por Carlos Calvo Asensio y Mariaje Pérez Hernández
 

¿Y si pudieras ir a un lugar en el que estuvo tu padre y que marcó su vida antes de que tú fueras ni un proyecto? ¿Y si ese espacio fuera oscuro y sucio como un túnel abandonado, perdido en la memoria de él y de todos los que vivieron cerca de esa galería? ¿Y si dar luz a esa caverna enfocara impresiones y emociones  de tu progenitor?

Estas preguntas parecen la sinopsis de la serie que vas a empezar y que quieren captar tu atención para que hagas clic, pero no, es real y ha ocurrido este mes de agosto muy cerca.

Era el 10 de enero de 1938, las temperaturas habían aflojado algo el yugo helado del invierno del 37-38. No eran los -20ºC del día 4 pero Teruel, ese lunes de enero, era un paisaje destruido, cubierto de nieve y extenuado. Los periódicos, un día más tarde, anunciaban la conquista sobre los insurgentes, la captura de las autoridades civiles y eclesiásticas franquistas y, con un tono a medio camino entre lo épico y lo trágico, comentaban que la historia del municipio se había escrito con letras de sangre. Las tropas republicanas tomaban la ciudad, un grupo accedía al convento e iglesia de San Francisco, tan cerca del río helado, tan lejos del centro de la ciudad.

Pasear por el interior, recorrer capillas, adueñarse del lugar, mirar de frente a las imágenes congeladas de los altares y… subir al púlpito, ese espacio privativo del estamento eclesiástico y ahora tan libre. Casi un juego, ascender donde no se puede, ser quien no se es y romper las reglas seculares de la vida religiosa animados quizás por la pluma de algún periodista anónimo de Barcelona y la adrenalina de sentirse, por una vez, vencedores.

Eso es lo que hizo Emiliano Navarrete Gracia, natural de Camarena de la Sierra, quien contaba en esos momentos 23 años. Para dejar constancia de esa experiencia insólita e intensa, anotó con lápiz azul, en la curva angosta de las escaleras de ascenso al púlpito, su identidad, la fecha, su procedencia geográfica y la circunstancia del momento:

“Año 1938

Cuando los Rojos

Conquistaron

este edificio

Teruel a 10 del

1 del 38 Emiliano Navarrete

Natural de Camarena

de la Sierra”

Emiliano, con su esmerada y pulcra caligrafía, ocupó la pared derecha del pasaje y compartió intenciones con sus compañeros, que cogieron otros lápices y otras puntas para completar los grafitis con palabras escritas o con dibujos grabados.

Estas inscripciones fueron localizadas e identificadas en el transcurso del verano pasado durante un proceso de estudio artístico. Tan precisa inscripción permitió contactar con el hijo del autor, Manuel Navarrete, residente en Barcelona. Así mismo, la búsqueda del expediente de responsabilidades políticas del joven soldado en el Archivo Histórico Provincial de Teruel condujo a la documentación conservada acerca de la represión ejercida sobre Emiliano tras la guerra.

Manuel Navarrete, hijo de Emiliano, visitando el grafiti de su padre

El 7 de septiembre de 1939, la Secretaría de Orden Público del Gobierno Civil pidió los antecedentes político-sociales y de conducta a las autoridades locales, la alcaldía de Camarena, el juez municipal y el jefe de FET y de las JONS y el puesto de la Guardia Civil de La Puebla de Valverde. Las respuestas de los destinatarios difieren en fecha (13, 14 y 15 de septiembre) y en el contenido. Si el juez municipal y el alcalde de Camarena responden que no tenía filiación política y que fue voluntario en guardias con arma por el pueblo, el puesto de la Guardia Civil de La Puebla precisa su afinidad a Izquierda Republicana y a la UGT. Emiliano en esos momentos está en su casa, herido y acusado. La mención de su buena conducta y ese periodo de espera entre acusaciones y respaldos lo dibujan como un joven ante un destino que no comprende, con una violencia que excede las convicciones ideológicas, protagonista de una situación que le ha llevado a defender su pueblo, a intervenir en la toma de Teruel, a ser herido y recluido. Años de hierro y dolor que justifican el mutismo en el que se sumió tras finalizar este proceso.

Quizás Emiliano, cuando estampó su firma en aquel templo, pensaba que volvería a su localidad natal satisfecho de haber cumplido con su deber y por su apoyo a la legalidad vigente, pues la circunstancia del momento parecía presagiarlo, pero la historia cayó del otro lado. Lo oficial, el documento que emite la institución vencedora y que queda almacenado para ser consultado y revisado en el futuro pretendía imprimir una mácula duradera en aquel muchacho. Sin embargo, su hazaña clandestina, aquellos trazos tan susceptibles de ser eliminados en cualquier reforma o restauración del edificio, y la oralidad de esta historia personal contada a través de sus descendientes han servido de contrapunto, reparando la memoria de un joven comprometido con el tiempo que le tocó vivir.

Emigración a Barcelona, tierra por medio, nuevos horizontes y una vida concentrada en el trabajo y la familia. Nada más. Sin oír, sin hablar de aquellos años que tatuaron su memoria en negro. El miedo, calado hasta los huesos, y el deseo de protección de los suyos fueron los efectos del trauma experimentado a sus 23 años. La política quedó desterrada de su vida o quizás nunca estuvo en sus inquietudes y simplemente estaba allí, tal como testimonia ese grafiti de un joven orgulloso de ser de Camarena.

Esta evolución la conocemos a través de su hijo Manuel que, retomando el planteamiento que hacíamos al principio, entró en la iglesia de San Francisco, recorrió los pasos que su padre diera hace 83 años al subir por el angosto pasillo angular del púlpito e iluminó el escrito intacto que dejara su progenitor, el mensaje al futuro que jamás pensó que leyera un hijo suyo de regreso al origen de los, probablemente, años claves de su periplo.

Murió en 2002, tras una existencia laboriosa y vital, al margen de ideas y devenires políticos, en ese limbo creado intencionalmente del que emergió en el último año de su vida.

Entonces los fantasmas del pasado, de estos hechos referidos, acudieron a su mente ante el asombro de su descendencia que no le escuchó hablar nunca de la guerra.

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