Luis Jáuregui, combatiente en la Batalla de Teruel: "Me hirieron dos veces, pero creo que yo no maté a nadie, no era capaz"
A sus 103 años, el que fuera soldado recuerda cómo estuvo a las puertas de Teruel el 31 de diciembre de 1937La tarde del 31 de diciembre de 1937, una compañía de soldados del Tercio de Navarra integrados en el bando sublevado llegó hasta las puertas de un Teruel sitiado por los republicanos, desierto y medio muerto tras varios días de combates entre ambas formaciones. De día todavía, media docena de estos militares alcanzaron incluso las vías urbanas, vieron escaparates de tiendas y cogieron, como prueba, un rótulo callejero. Pero los mandos del ejército rebelde, instalados en La Muela, pospusieron hasta el día siguiente la entrada en la ciudad para liberar a los suyos, cercados y exhaustos. Una histórica nevada nocturna truncó sus planes, alargando la batalla de Teruel hasta febrero de 1938. Luis Jáuregui, entonces un joven requeté carlista, iba en aquella división de vanguardia y a sus 103 años, vive para contarlo.
Estella, la capital (oficiosa) del carlismo, amanece gris. Sus calles y edificios aún rezuman la humedad otoñal acumulada durante la noche. La ciudad no olvida su pasado y parte de él está guardado en el Museo Carlista, a donde Jáuregui ha acudido para acompañarnos en la visita de algunas salas, como aperitivo a esta entrevista.
Concretamente, recorremos con él una exposición temporal dedicada de manera especial al Hospital Alfonso Carlos de Pamplona, donde fueron ingresados muchos heridos por congelación de la batalla de Teruel. Nadie diría que ha cumplido 103 años. Erguido, sonriente, sereno, hace gala de una mente lúcida y expresa su extrañeza porque “a estas alturas” nos interesemos por su testimonio. Pero, si bien con algunas lagunas, sus recuerdos de la Guerra Civil, en la que los herederos de los ideales del pretendiente al trono español en 1833 apoyaron a Franco, siguen muy vivos.
No se encuentra solo. Ha viajado hasta Estella para saludarle Fernando Rivera, el nieto del coronel Rey D'Harcourt, quien capitaneó uno de los reductos que resistió en Teruel al cerco del Ejército Republicano. También le acompaña el escritor pamplonés Pablo Larraz Andía, coautor, junto con Víctor Sierra-Sesúmaga, del libro ‘Requetés: de las trincheras al olvido’, que recoge las memorias de un puñado de carlistas, entre ellos Jáuregui. Y, por último, el impulsor de esta cita en torno a la memoria de la Batalla de Teruel, el escritor Vicente Aupí. Trasladados a la mesa de un restaurante para poder grabar sus palabras y antes de que el menú sea servido, el excombatiente agita su memoria ante un vaso de vino.
-¿Qué recuerda de la Batalla de Teruel?
-Salí con bien, que no es poco. Yo estaba en el Tercio Primero de Navarra, que era el ‘perejil de todas las salsas’, porque nos enviaban allí donde había que dar alguna ofensiva. Recuerdo que estábamos en la parte de Medinaceli (Soria) preparados para atacar Madrid, pero empezábamos a ver aviones de los nuestros que se dirigían a Teruel, oíamos cómo bombardeaban por allí y ‘radio macuto’ hablaba de que los republicanos habían roto el frente en Teruel, así que ya supusimos que nos enviarían allí y así fue. Enseguida nos dijeron que subiéramos al tren. Esta era una táctica habitual de los rojos: cuando nosotros planeábamos un ataque, ellos organizaban otro en distinto lugar para distraernos de nuestro objetivo. Luego decían que si Franco quería alargar la guerra.
-¿Qué vio al llegar a la zona de Teruel?
-Me acuerdo de ir en el tren de noche hasta Cella. Pasando por Santa Eulalia, observábamos todas aquellas alturas, las muelas, y a los rojos haciendo hogueras. Habían cortado la carretera. Esos días eran ya navidades, pero ni cenas ni historias, lo que hacíamos era coger borracheras cuando teníamos ocasión. Pasados los años, yo lo que digo es que habría sido muy fácil tomar la ciudad, no solo entonces, sino en cualquier momento de la guerra, porque bien pocas fuerzas había para defenderlo.
Un frío terrible
-¿Recuerda las temperaturas bajísimas que había en Teruel?
-Claro. Hacía un frío terrible y luego, además, vino ese temporal. Era difícil en esos momentos organizar operaciones por el mal tiempo que hacía y estuvimos de posición en los alrededores de Teruel, por Gea de Albarracín, hasta donde llegamos caminando monte a través unos 14 kilómetros. Nuestro tercio estaba junto a otra división con la que luego rompimos el frente el único día que salió un poco despejado, creo que el 29 de diciembre. ¡Había tal barbaridad de artillería emplazada en un raso! Ese día temblaba la tierra por los bombardeos de la aviación. Por cierto, a mi compañía le tocó ir delante, abriendo paso en cuña para avanzar.
En el libro Requetés: de las trincheras al olvido, de Pablo Larraz y Víctor Sierra, que recoge sus memorias, cuenta que se encontraron en Teruel con una compañía del Ejército Republicano bajo el mando del comunista Valentín González, conocido popularmente como El Campesino.
Yo mismo cogí su caballo. Nuestro grupo iba abriendo camino cuando de una paridera empezaron a salir soldados aturdidos que dudaban si acercarse a nosotros o huir. Unos tanques, como en retirada, evolucionaron hacia ellos y El Campesino se subió a uno de ellos, dejando abandonado el caballo. No identificamos entonces que eran enemigos. Todo lo supimos después.
-¿Cuándo tomaron la Muela?
-Fue el 31 de diciembre. Le tocó tomarla al Tercio Montejurra y luego avanzamos nosotros. Nos castigaba nuestra misma artillería porque habíamos avanzado demasiado. Tejero, un miembro del Tercio, se dirigió a caballo dispuesto a cargarse al capitán de la batería de nuestro Ejercito que nos machacaba. Los rojos abandonaron sin resistencia sus trincheras antes de llegar a los aledaños de Teruel y fuimos tomando esas posiciones. Llegamos los primeros a las puertas de la ciudad, pero sin tiros.
-¿Por qué no entraron a la ciudad, si dentro estaban reclamando ayuda los suyos, el coronel Rey d´Harcourt y el coronel Barba, parapetados en sendos reductos con ciudadanos heridos y enfermos, sin agua ni alimentos?
-Recuerdo que abajo estaba el río y en el puente, por orden de nuestro mando, pusieron guardia para que no nos dejaran entrar. Nosotros pedimos permiso para pasar hasta el interior de la ciudad, diciendo que los rojos se habían ido -los habíamos visto marcharse por la carretera- y que los nuestros nos esperaban, pero no nos lo dieron. Querían que entráramos en Teruel al día siguiente, desfilando.
-Relata también que, sin embargo, media docena de requetés penetró hasta el casco urbano.
-Bueno, bajaron abajo de La Muela y pasaron por el río helado y hasta trajeron luego alguna placa con el nombre de alguna calle, no recuerdo cuál. Miraron escaparates y nos dijeron que Teruel estaba abandonado. No cabe duda que esa noche los que se resistían en el interior de Teruel -en el Seminario y en la Comandancia-, hasta el obispo (Anselmo Polanco), que estaba también allí prisionero, tuvieron una noche de alegría pensando que los liberábamos, claro, pero nuestro mando dio la orden de no entrar porque podrían habernos tendido una emboscada los rojos. No en balde, el día de Año Nuevo nos atacaron con tanques. Ahora pienso que, de haber entrado, hubiéramos tenido mala defensa, tendríamos que habernos valido de nuestras propias fuerzas y con tanques enemigos hubiera sido algo peliagudo y hasta nos podrían haber aplastado fácilmente.
-¿Qué aspecto tenía la ciudad?
-Estaba todo destrozado. Yo mismo vi, de lejos, cómo la artillería roja derribaba una de las torres mudéjares. Después he visto que la han rehecho, porque es muy bonita.
-Volvamos al 31 de diciembre de 1937. ¿Lograron contactar con quienes estaban dentro, cercados por los republicanos?
-No. No tuvimos contacto con los del Seminario ni con los que estaban sitiados en la Comandancia. Ellos oirían, seguro, el jaleo de nuestra llegada y de hablar, porque el puente del río Turia está muy cerca, en línea recta, del Seminario, y no me extraña que ellos se creyeran que los liberábamos. Ya después de la Guerra, volví a Teruel con mi esposa y entramos a ver el Mausoleo de los Amantes. Hablé con una mujer que me preguntó por qué no habíamos entrado aquel día, que nos estaban esperando y nos veían llegar desde sus ventanas.
-Pero al día siguiente ya no entraron desfilando, como pretendían.
-No, cayó una nevada tremenda por la noche y todo se paralizó. Además, los rojos volvieron a Teruel.
Sin suministros
Luis Jáuregui detiene su relato por un momento, coincidiendo con el aterrizaje en la mesa de un solomillo emplatado. La imagen de las viandas navarras le lleva pronto de vuelta a la dura batalla al sur de Aragón. “En Teruel no probé el jamón -comenta con sorna-, pero sí muchas sardinas enlatadas que a los moros del Ejército de África les habían dado y que dejaban tiradas por el suelo”. “No llegaban alimentos ni suministros por culpa del hielo. Recuerdo que un compañero de La Rioja alavesa cortó del cadáver de un mulo unos filetes y, calentados con unos papeles ardiendo, ni asar ni nada, se los comía. Nos reíamos con él: Soy el requeté comeyegua, decía”. “En otra ocasión -continúa-, nos arrastramos desde nuestras líneas hasta un camión de cocinas abandonado por los republicanos, pero no encontramos comida, solo ropa, que no valía nada, y un perrillo asustado entre las prendas”.
El excombatiente retoma su narración y cuenta que uno de los momentos más duros de su paso por el frente de Teruel lo vivió aquella Nochevieja de 1937. “Me tocó hacer guardia con otro de mi pueblo, los dos éramos de Echauri (Navarra), y hacía mucho frío. El de mi pueblo se quedó en el barranco con los mandos, muy bien resguardados, pero a mí me tocó en un cortado alto desde el que se dominaba todo y no paraba de nevar; intentaba sacarme el frío gritando disparates. El relevo no llegaba”. “Cuando por fin me sustituyeron, me fui con mi paisano debajo de una lona que habían mandado los italianos y rezamos el mejor rosario de nuestra vida”.
-¿Iba usted bien equipado?
-Sí. Me sorprendió bien equipado. Esa noche última de 1937, estando de guardia, no se oía ni un tiro por ninguna parte. Era una noche serena, nevaba y nevaba. Ahora bien, llegó el día de Año Nuevo y nos atacaron con tanques. Los moritos chaquetearon y se retiraron. Huyeron gritando ¡rojo farruco! Nosotros no sé ni cómo aguantamos. Ocupamos las trincheras que habían abandonado los moros. Recuerdo ver a dos hermanos con una risica, congelados, no se movían por el frío.
-¿Corrió peligro su vida?
-Por supuesto, a cada momento. Los rojos estaban cerca. Salíamos con nuestros platos de zinc a coger nieve para tener agua y nos venía una ráfaga de ametralladora. Rearmado el frente entre los dos bandos por La Muela, nos atacaron varias veces. Cuando los repelíamos y volvíamos cada uno a nuestras respectivas posiciones, les gritábamos ¡otro toro! ¡otro toro! Y los rojos, nos gritaban ‘esos cabrones de Navarra, que se creen que están en San Fermín’. Con nuestro tercio, en Teruel nos hicimos los amos.
-De hecho, no salió usted bien parado de aquellos combates.
-A mí me hirieron en Teruel, en la cota 1.076. Era el punto desde el que se divisaba el panorama y querían recuperarlo. Me cayó metralla de una bomba de piña, en un contraataque. La ráfaga de la explosión me vino al pecho. No fue muy grave de tanto ropa que llevaba, pero mis pies estaban helados, no podía moverlos, solo notaba un hormigueo. Me curaron en la iglesia de El Campillo, donde decía Misa el capellán de la Legión, y de allí me llevaron en ambulancia hasta Cella, donde estaban formando un tren de heridos hacia Zaragoza. A él me subieron, terminando así mi participación en el frente de Teruel.
-¿Hubo muchos heridos por congelación?
-Yo vi a muchos compañeros con los pies congelados y con heridas por el frío. Fue horrible.
-Entonces, ¿no llegó usted a entrar en Teruel cuando el bando ‘nacional’ rompió el cerco republicano?
-No, no vi a Teruel liberado, si es a eso a lo que se refiere. Mi tercio ya no entró a la ciudad y yo ya estaba en el hospital para entonces. Luego nos dijeron que fuimos los que más bajas registramos.
-¿Ha vuelto a Teruel tras la Guerra?
-Sí, a pesar de todo lo que pasó, tengo muchísimo cariño a esa ciudad. Regresé en una ocasión cuando me casé con mi mujer. ¡Qué cambiado todo! ¡Qué ciudad más bonita!.
-¿Mató usted a alguien en la Batalla de Teruel?
-(Levanta la voz). Yo no soy capaz de matar a nadie. A mí me hirieron dos veces en Teruel, pero yo creo que no maté a nadie; no era capaz.
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